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Interview to Germinal Luis, Part I

http://humbox.ac.uk/3787/

Transcription of the interview with Germinal Luis Fernández (by Alicia Pozo-Gutierrez and Inmaculada Colomina)

(Part I: 02:19 / Part II: 23:59)

Transcription by Pedro García-Guirao, University of Southampton

OpenLIVES LLAS Centre, University of Southampton

 

NOTE: sections in red, or marked ‘XXXX,’ indicate areas where the recording is unclear, a language other than Spanish is used, or identifying information has been removed.

PART I

Alicia Pozo: Estamos aquí reunidos Germinal Luis, Inmaculada Colomina y Alicia Pozo Gutiérrez, estamos en la Universidad Autónoma y es el 21 de agosto de 2008. Vamos a comenzar ya nuestra entrevista. Dónde nació, en qué año y dónde, en qué lugar nació.

Germinal Luis: Nací en Barcelona el 31 de julio de 1930. Por cierto, es el cumpleaños de Harry Potter, el 31 de julio [risas]. Bueno. Creo que fue en la calle Provenza. No sé dónde porque mi madre cambiaba de piso cada seis meses. Y bueno, vivimos mucho tiempo en Sans, la parte de Sans, donde estaba mi abuela materna, era andaluza, era de Granada (de Motril) y después ya nos mudamos cuando mi padre abrió el taller de encuadernación, era en Tenza y no sé qué. El otro día hace ya un año y poco fui por allá, ya no existe, eso ha cambiado todo pero ahora es una iglesia donde estaba el taller de mi padre que era un anarquista, [risas] lo que es la vida y muy cerquita de allí no Rocafort creo que era Rocafort estaba el piso que teníamos nosotros. Pues bueno pues eso entonces todavía mi padre trabajaba se metió mucho en la política como habrán visto mi padre. Desde antes yo de nacer ya estaba metido tanto es así que por una de esas, por cuando ya estaba casado que mi madre estaba esperándome, embarazada, pues tenía… la policía lo perseguía y una vez me estaba contando mi madre que le metió una pistola a la barriga de ella porque venían persiguiéndolo la Guardia Civil y no sé qué. O sea que también eran unas cosas tremendas [risas]. Pero en fin, era así la vida. Esto era más ya con lo de Primo de Rivera y esto. Bueno pues bien, íbamos bien, teníamos un tallercito, más que nada era de encuadernación, se dedicó más a la encuadernación. Y trabajaban duro siempre… A lo mejor debo hablar un poco de ellos también no sé la verdad.

A: Sí, sí, como quiera.

G: Pues ellos eran las dos familias, los Luis, Luis Simón, segundo apellido de mi padre Simón y Fernández Gómez. Hasta eso se refleja un poco el castellano y el andaluz, hasta en los apellidos, ¿no? Y bueno pues ellos llegaron de sus respectivos lugares, de Toro y de Motril y en busca de trabajo. La realidad es que ambos eran de familia, bueno, los castellanos no, a mi abuelo lo llamaron el tío cebadero porque tenía –paterno- campos de trigo y qué sé y le iba muy bien, estaban bien, una familia acomodada pero luego parece que negociaba mucho con Alemania y vino la Primera Guerra Mundial y Alemania se arruinó, perdió la guerra y una estampilla de correo costaba 100.000 marcos –no valía nada el marco- y entonces él tenía muchas deudas, depósitos en bancos alemanes, le hizo polvo el asunto a él y tanto así que me cuenta hasta empapeló un catito con marcos alemanes tenía tanto bueno, el hecho es que entonces ya la cosa no era también con ellos, además se metió, todo esto me lo contó mi padre, se metió a jugar, hasta en la chapas y también fue perdiendo, tuvieron que ir vendiendo las cosas y llegó un momento que tuvieron que marcharse a buscar trabajo y se fueron todos para Barcelona. Y los otros de Motril por el estilo, ellos eran una familia más humilde. Llegaron a Barcelona y mi madre empezó a trabajar en una fábrica de pantalones   –por lo que me contó ella-, tenía 16 años, cuando vinieron tenía menos, mi madre tenía 10 años y mi padre tendría 14 o algo así. Mi padre se metió de aprendiz en una imprenta y aprendió el oficio, lo aprendió perfectamente bien y después por eso se montó su propio negocio. Claro que él se metió desde que estaba trabajando en la imprenta como aprendiz ya los compañeros lo nombraron representante de la CNT, ramo al que se afilió, en Barcelona. Creo que era en la CNT de Sans pero no, quiero buscarlo, porque alguien me puede decir a mí si Valeriano Luis Simón dónde estaba o sea esto de la CNT, FAI y ya sabemos lo que ha pasado después. Pero esto era el asunto. Total que bueno, se fue metiendo en el sindicato y eso le llevó a no sé hasta qué punto, no sé si llegó muy alto pero sí, se codeaba con Durruti y Ascaso y con esa gente. Inclusive fueron presos durante unos días o unas semanas junto con Ascaso y Durruti, era más amigo de Ascaso. Creo que fue el día 20 de julio, uno o dos días después del levantamiento de Franco que mataron a Ascaso allí en [inaudible] y mi padre estaba cerca de él. Francisco Ascaso, no sé si viene a cuento pero es parte de lo que pasó, total que entonces vino la Guerra, el Levantamiento de Franco y mi padre inmediatamente para el río Ebro… como el manejaba pues lo metieron en el Cuerpo Tren, es decir, los que llevan alimentos y municiones al tren, es muy peligroso medicinas muy peligroso Era lo más nuevo que había, lo probaron todo para la II Guerra Mundial Pues venían y tenían que abandonar el camión y salir corriendo y esconderse porque llevaban munición. Por otro lado, mi tío, el hermano menor de mi padre, Paco, se metió en lo que llamaban la Brigada del Biberón

Inmaculada Colomina: A sí, la Quinta del Biberón.

G: Así, la Quinta del Biberón tenían 17 años, a Teruel… contra los moros. Él ya murió hace… me llevaba menos de 10 años. Y él me cuenta que morían más por el frío y el hambre que por la guerra en sí. Porque no podían hacer fuego, la aviación enemiga veía el humo e inmediatamente los hacía polvo, ¿no? Entonces no podías, entonces era el frío y no podían hacer fuego para calentarse y no tenían comida. Se pasaban la mayor parte del tiempo buscando comida y a ver cómo hacían para calentársela. Recibió un balazo en la pierna, mi tío Paco, se hizo el muerto. No sé cuántas horas estuvo ahí tumbado haciéndose el muerto porque los moros remataban, no hacían prisioneros los moros, se quedó allí hasta que no sé qué lo salvaron y lo sacaron y casi, casi va a perder, casi en gangrena pero se la guardó pero ya nunca pudo usarla; ya toda su vida andó con muletas y qué sé yo. Mientras tanto mi padre en el frente en el Ebro, sólo, mi madre y yo aquí en Barcelona pero con bombardeos. Me acuerdo que habían muchas cosas así para que no estallaran los vidrios y ponían unas tiras o algo así de papel que se pegaba y muchos hacía adornitos pero el hecho es que al explotar no te saltara el vidrio, ¿no? Parecía un adorno y para los niños mira qué bonito [risas]. No nos dábamos cuenta. Muchas de estas cosas te das cuanta después cuando pero ese momento no estás consciente de que lo ha pasado.

A: ¿Puedo preguntarle? ¿Son estas sus primeras memorias? ¿Cuáles son sus primeras memorias como un niño?

G: Lo primero como memoria de niño que me llevaban mis padres y mi madre a donde está el aeropuerto, al Prat de Llobregat, que había un río que nos íbamos a bañar y había una cantidad de árboles frutales: melocotones y qué sé yo y luego me lo pasaba más bien allí. Ahora ha cambiado, todo eso era descampado claro. Allí en el Prat de Llobregat. Después con mi madre un poquito antes de empezar la guerra o por allí. Fui con un barco con mi madre a Motril, fuimos bordeando con mi tía, la hermana de mi madre y con mi primo que se llama Liberto. Los nombres ya ve cómo va la cosa [risas]. Germinal, Liberto y qué sé yo [risas]. Bueno, fuimos allá, a Motril y entonces mi madre tenía un tío que tenía un bar, un negocio, justo pegado al mar pero lo curioso es que te bajabas de la cama y era arena, arena. Por la mañana, tempranito, al amanecer, salían los hombres con unas redes largas y hacían como un embudo y venía esa plata saltando ahí, increíble, las sardinas, ¿no? Y allí mismo hacían un fuego en la arena y las calentaban. Bueno, todo esto son recuerdos que me acuerdo. Lo del capotable [sic] que compró mi papá, fíjate que estábamos bien, que le estoy hablando del año 36, antes, 35 sería, en Barcelona. Tenía un Peugeot de los de aquella época. Pero me acuerdo que era pequeñito y tenía detrás lo que llamaban un “ramble seat”, estos asientos que se hacía para atrás y allí me metía yo. Claro ahí es donde yo lo pasaba más bien. Te estoy hablando de los recuerdos de niño. ¿Qué más puedo decir? Pues esto es lo primero que recuerdo. Luego cuando empezó el 19 de julio algunas cosas son como fogones, fogonazos… Vivíamos frente al mercado de Sans, en un apartamento, en un piso justo a la entrada del mercado de Sans, estaba delante.

A: ¿Cómo era el piso?

G: Pues no me acuerdo. El piso tenía un balcón, eso sí, que daba a la calle principal de Sans y allí estaba. Pues entonces vivíamos allí y…

A: ¿Tenía hermanitos?

G: Todavía no. Mi madre sí tuvo pérdidas pero eso yo no me enteré. Mi hermano fue ya en Francia. De eso no me acuerdo pero sí me lo contó mi padre pero yo era demasiado pequeño pero mi padre me llevaba al sindicato cuando tenía yo dos o tres años, me montaba encima de un mostrador y me hacía cantar “Hijos del pueblo te oprimen cadenas” [Canta y risas]. En aquella media lengua que tenía. Estaba orgulloso de su hijo. Y luego mi madre me cuenta que en el mismo piso, arriba, había un cura y que yo insultaba al cura [risas]. Eso, ¿qué más? No me acuerdo.

A: ¿Y la escuela? ¿Tiene memoria de la escuela?

G: Apenas, yo creo que fui 15 días a la escuela en Barcelona. Inmediatamente empezó la guerra y ya no hubo forma. ¡15 días! Yo me acuerdo que… ¿cómo es? Las provincias de Cataluña son 4: Barcelona, Tarragona,… y así los meses del año son 12. Eso es lo que yo me acuerdo. Pero del colegio nuestro en Barcelona no me acuerdo. Entonces bueno, cuando ya tenía 8 años y pico –como explico un poco en el libro ahí- y que había una cerca del taller de mi padre, del otro lado, había un matadero y allí había unas chabolas, unas casas muy pobres, las barracas, y vivía un señor, viudo, con su hija que era Lola –Dolores- que tendría no sé, es muy complicado, una niña, quince o dieciséis… muy amigo de mi madre que a ella la protegió porque era huérfana. Bueno, digo esto porque viene al caso ¿no? Y se puso a trabajar en el taller de mi padre Dolores Albert. Pues resulta que Dolores Albert tenía un tío catalán –Tomás Albert- que se había ido de voluntario, a pelear en la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, a favor de Francia. Terminó la Guerra, ganó Francia –los aliados y etcétera- y se naturalizó francés. Y se casó con una francesa, creo que era francesa. Y ya se hizo ciudadano francés. Pues entonces en vista de la situación en España, los bombardeos, la falta de comida, todo, todo… pues quiso reclamar a sus sobrinos, Dolores y su hermano, pues yo nunca supe cómo se llamaba el hermano ni por qué mi madre se las arregló para hacerme pasar por el hermano de Dolores. El hermano de Lola tendría 12 ó 13 años en aquel entonces, yo tenía 8, pues ¿cómo se las arregló para sacarme uno de esos papeles? Me pusieron German Albert [con acento francés], Germán Albert. Y así puse en el vagón, Lola y yo, salimos de Barcelona. Mi madre, bueno, imagínate, siempre estábamos separándonos por una razón o por otra. En el tren, qué sé yo, los milicianos nos registraron, era un niño, pero igual y luego pasamos y nos estaba esperando un hijo de Tomás Albert, del tío, allá en Perpiñán y fuimos con él en el tren hasta Frontignan, era un pueblo que se llamaba Frontignan, estaba cerquita de Montpellier, y pues sí, allí nos está esperando el tío Tomás y era gente que no eran pobres pero era la forma de vivir que tenían pero yo de todas formas se lo tengo que agradecer. Total que, bueno, me puse a vivir con ellos allí un tiempo. Lola consiguió un trabajo en un restaurant allá en Frontignan y yo me fui a vivir con ella, me llevó.

A: ¿Estamos hablando de mil novecientos…?

G: Estamos hablando de 1939.

A: ¿Podemos retroceder un poco en el tiempo?

G: Sí, sí y páreme si hablo demasiado.

A: Siéntese en otra silla que esa hace un ruido como “cri, cri, cri”. Vaya a ver si esa silla es más silenciosa. Yo quería preguntarle si tiene [cambio de silla y después fuerte ruido de fondo]. Yo quería preguntarle cuáles son sus primeras memorias o cómo usted tiene conciencia como niño de que hay una guerra, de que hay guerra, de que un país está en guerra. ¿Cómo se da cuenta?

G: Me doy cuenta sobre todo por el asunto de las sirenas cuando vienen los bombardeos. Me doy cuenta por la noche, los faros, los… ¿cómo se llama? La luz cuando venían los alemanes, los aviones alemanes e italianos por la noche cuando agarraba entraba dentro por uno de los, de los… El faro que refleja como… se me olvidó la palabra ahora.

A: ¿las alarmas, las sirenas ?

G: No, no. Bueno, la luz ¿cómo se llama?

A: ¿Los focos?

G: No. La grande. ¡Ay!

A: ¿Se refiere a los aviones que alumbraban para… ?

G: Sí, bueno pero era de al revés. Bueno, no importa.

A: ¡Ah, los que miran para arriba, para los aviones!

G: ¡Claro! Estaba rodeado Barcelona, la DECA, se llamaba, Defensa Contra Aeronaves y había cañones uno, por ejemplo, que era de la Primera Guerra Mundial que le llamaban el LAVI porque era un bicho que era como un bicho viejo como un perro que ladra mucho y no mordía, porque era de la Primera Guerra Mundial. Pero hacía ¡Plos! Mucho ruido. Pues ¡los reflectores! ¡Dios mío, no hay forma de pensar, los reflectores! Pues cuando un avión cruzaba por un reflector, pasaba, se volvía como de plata, te estoy hablando como niño ahora, eh, no me daba cuenta del peligro, ¡claro! Porque pasaban muy bajito, bastante bajito, atacando ¡ta,ta,ta,ta! Con bombas incendiarias y qué sé yo. Bueno y yo eso sí, pero para mí qué bonito [risas].

A: ¿Y estaba usted en la calle, en casa viéndolo o…?  

G: En pleno día. La República no tenía aviación prácticamente. Y lo que quiso conseguir comprándolo con oro a otros países, las democracias occidentales no permitieron que entrara a España. No intervención, o sea, muerte. Mientras tanto el otro fue a Múnich y le dijeron “no, no te preocupes, no va a haber guerra” Pues un poquito después empezó, Alemania invadió a Polonia y empezó la Segunda Guerra y España, pues nada, la República Española nada, sin embargo, el otro sí ayudando a Franco aceleró todo ayudando a Franco. Y esta cosa del avión sí que me acuerdo. Lo que estaba contando, en pleno día, en pleno día con otros niños, jugando en la calle pues veíamos allí en pero en pleno día, de día de sol, ya se atrevían a todo porque no había defensa, podían hacer lo que le diera la gana, pues venían lucecitas, tres, tres, tres, tres, tres, con lucecitas doblándose sobre los aviones pero altas y ¡puk! La artillería que no hacía nada. La pobre artillería no viendo que ni alcanzaba. Pues estábamos, en plena calle, viendo allí y los tíos bombardeando y nuestras madres locas buscándonos para llevarnos al refugio. Nosotros allí tranquilos viendo así. Memorias de niño, eh, es lo que estoy yo diciendo. Pues que yo me acuerdo de estas cosas y después las colas, las colas para comer, con mi madre. Había mujeres que llevaban una aguja de esas largas para tricotar, porque había peleas, las mujeres, había pelas porque no llegaba la comida que querían y habían llegado patatas y no llegaban y estaban horas, horas y horas… se te querían meter, colar y entonces llegaba el momento hasta que se peleaban, se peleaban pero a sangre y sí me acuerdo una pelea con mi madre…

A: ¿Y usted iba con la mamá?

G: Sí, algunas veces, no siempre, algunas veces y no tenía dónde dejarme porque ese era el problema. Si hubiera tenido dónde dejarme no me lleva pero si no.

A: ¿Y el padre qué hacía?

G: Mi padre estaba en el Ebro, peleando. Hacía año y pico que no lo habíamos visto. Yo lo volví a ver casi dos años después, en un campo de concentración en Francia.

A: Entonces, ¿recuerda pues cómo se plantea la situación de salir, de sacarle, de enviarle con Dolores, cuando su mamá le explica qué van a hacer?

G: Sí, bueno, o sea, ¿cómo logré salir yo a Francia?

A: Sí, y cómo le explicaron y qué opinaba usted.

G: Mire, a mí no me motivó mucho qué opinaran. Me motivó que mi madre me quería salvar y como tenía la Lola esta que me vigilaba, que me iba con la Lola, ¿no? Pues mi madre la conocía bien y qué sé yo. Pues bueno, tenían que soltarme porque era el menor de los males, esto es lo que creo que dijo Luis Frank que la valentía de estas madres de tener que soltar a sus hijos, por el bien de ellos y mi madre lo tuvo que hacer dos o tres veces, es increíble esto. Entonces pues bueno, sí toda esta cosa me ha afectado lógicamente ¿no?

A: ¿Y cómo fue ese viaje con Dolores? ¿Cómo fue? ¿Recuerda el viaje, el día que salió?

G: Sí, sí. Salimos que en la madrugada hacía mucho frío y llegamos a la Estación de Francia. Estas cosas las he averiguado yo después porque en el momento yo no sabía la Estación de Francia ni lo que era. Eso me lo ha dicho mi madre o mi tío o quien fuera ¿no? Pero era la Estación de Francia. Era tempranito en la mañana, debió haber sido en noviembre, sí, porque un poquito después vino la Navidad. Noviembre del 38, cuando yo crucé. Bueno, pues era madrugada, Lola y yo con mi madre y mi tía, ¿cómo se llama? No me acuerdo, una de mis tías allí fueron a la despedida. Dos maleticas de cartón, yo tenía ocho años y pico y Lola tendría quince. Pues allí solos, solos en el vagón, no hasta, hasta [golpea la mesa con los nudillos para hacer memoria] hasta, ¿dónde estaba en la frontera? Cervera no, en este lado, no más allá, era Portbou, hasta Portbou bien, pero en Portbou luego nos hicieron bajar y eran milicianos, eh, estamos en la zona republicana y nos hicieron bajar a Lola y a mí, y a Lola se llevaron para allá unas milicianas y a mí no me hicieron ni caso pero siempre te registraban porque quién sabe lo que estabas pasando, sobre todo dinero, había gente que se estaba escapando y se llevaba algo de valor. Total que montamos ya en el tren y ahí sí que estamos solos en el vagón, Lola y yo, un vagón que amarraron a otra locomotora que ya cruza al otro lado de Francia y se pasa por un túnel. Claro, en esa época las locomotoras todavía eran de carbón. Bueno pues ese túnel cuando salimos al otro lado de Francia parecíamos subsaharianos, por el hollín [risas intensas]. ¡Increíble! Todo sudado, la pobre... Yo me lo pasaba bien, yo no me daba cuenta, yo pensaba ¡ay una aventura! Con los niños es así. Y entonces bueno, total que llegamos allá el tío, el primo, el hijo del tío de Lola, Salvador de Lola no tuvo mucho que buscar porque los únicos que nos bajamos del vagón creo que éramos nosotros. Total que bueno que ahí nos llevan al pueblo ese de Frontignan y ya un día después regreso del colegio y la señora Miramón que era la dueña del restaurant donde trabajaba mi madre, de fregona…

A: ¿Entonces su madre ya había pasado a Francia?

G: Sí, ya verás, sí. Pero esto claro, ha pasado ya tiempo. Hablé de noviembre del 38 y ahora ya estoy hablando de abril-mayo del 39, cuidado. Ya Franco ganó la guerra, los franquistas, y entonces mi madre pasó a pie hasta un campo de concentración que la pusieron cerca de Burdeos, no sé cómo se llama. Mi padre por otro lado a otro campo de concentración sobre todo en el famoso Argelés-sur- Mer, en una playa, que fue eso terrible, ¿no? Mi padre sí que estuvo ahí un tiempo. Total que bueno, pues ahí estaban, entonces mi madre pudo un día… la señora Miramón con quien yo vivía ya con Lola porque Lola servía las mesas porque claro me llevó a vivir a mí. Además era la responsable de mí. Total que la Madame Miramón reclamó a mi madre, le ofreció trabajo y la permitieron –si un francés se responsabilizaba de ti te dejaban salir. Pues la Madame Miramón se hizo cargo de mi madre. Pudo salir pero yo no sabía nada, llegué del colegio y la señora Miramón me dijo: -Vete a la cocina. Llego y detrás de la puerta está mi madre [risas] y ya hacía tiempo que no la veía. Bueno esto es en marzo, abril o espera, tiene que haber sido después de la guerra porque en abril es cuando terminó, así que tiene que haber sido después, mayo-junio o algo. Pero mi padre seguía en el campo de concentración, en otro, y fuimos mi madre y yo, creo que hasta montamos en un camión cisterna de esos porque mi padre consiguió trabajo en un, esto, cómo se llama, en una… bodega de vino. Pues fuimos con un compañero de mi padre que nos llevó a mi madre y a mí porque no teníamos dinero para comprar nada y fuimos al campo de concentración de… Me acuerdo de eso también, no lo puedo olvidar. Le estoy hablando ya de junio del 39 o por ahí. Fuimos al campamento, al campo de concentración y los gendarmes con un altavoz tremendo que había gritaban -¡Luis Valeriano! ¡Luis Valeriano! , creían que Luis era el nombre y Valeriano era el apellido y por allí, de las cabañas que había, una especie de casa… salió mi padre. Parecía un zombi, vino corriendo, había un descampado grande cerca de la entrada, digamos que mi madre y yo estábamos allí… de donde venían los presos y venía mi padre corriendo por allí. Cuando me vio imagínate.

I: ¿Estaba muy delgado?

G: Sí, claro acababa de terminar la guerra, en un campo de concentración. Él llegó en camión hasta la frontera y allí tuvo… se lo requisaron, que entregar el pasaporte. Se lo requisaron los gendarmes y allá entonces había unos oficiales franceses que decían: -¡Franco! ¡Negrín! ¡Franco! ¡Negrín! ¡Franco! ¡Negrín!. Si decías Franco te montaban en un camión para España, si decías Negrín con otro camión a un campo de concentración. Entonces lo curioso era los que regresaban a España, los otros les gritaban: -¡Hijos de puta! ¡Traidores! ¡Franquistas Fascistas! Fue terrible pero fue así, entonces mi padre dijo que no y se metió en un campo de concentración. Otra vez el tío Tomás nos salvó la vida otra vez porque se hizo cargo de mi padre como si fuera su sobrino. No tenían nada que ver. ¿Cómo le pago yo a una gente así? Jamás, no podemos pero fue así. Entonces mi padre consiguió trabajo, salió y consiguió trabajo en una bodega como digo, manejando un camionzote cisterna: Hermanos Borelí. Total que éramos felices. Un apartamentico, ¿un apartamentico? Un lugarcito que no había ni agua corriente pero allí estábamos feliz. Mi madre, mi padre. Mi madre en la cocina del restaurant, mi padre manejando y yo en el colegio.

A: ¿En el colegio? ¿Hablando francés?

G: Sí, sí y además es que iba muy bien, Premier, Premier. Llegó un momento en el que éramos Premier y luego vino un refugiado belga, un niño belga. Y éramos primero y segundo, la clase… Fíjate, íbamos bien, con la necesidad de cada cual, con la necesidad de echar para adelante. Pues sí, pues eso, entonces éramos felices, con toda la cosa que había, en la chabola esa donde vivíamos allí. Pero llega septiembre ¡Plak! II Guerra Mundial. Todos los documentos de todos los extranjeros residentes en Francia quedan sin efectividad, quedan caducados, digamos, todos tienen que renovar sus documentos, les papiers. Claro, ¿qué pasa? Que ya Francia ha caído bajo los alemanes, todavía queda una parte que llaman Francia Libre, entre comillas, no tiene nada que ver, que era donde está el Gobierno Vicky, el célebre mariscal Petén y todo esto. Entonces por eso resulta que como eran ya aliados de Hitler, ese gobierno pues a todos los extranjeros les quedaron sin efecto todos los papales. Mi padre no podía trabajar con su camión, imagínate, tenía que parar y orden de que todos los extranjeros deben presentarse en la prefectura más cercana para conseguir nuevos papeles, ah pues muy bien. Resulta que los españoles republicanos no teníamos dónde acudir. No había consulado, eran todos de Franco, todo era de Franco. Todos éramos apátridas. Los demás iban a su consulado donde sacaban les papiers una vez o se lo repatriaban. A nosotros no nos podían, éramos completamente apátridas, niños, estoy hablando de todos, ¿no? Entonces no tenía más remedio mi padre que presentarse en una Preceptura. No estoy seguro si fue Montpellier o fue Marsella, ¿no? Pero en una de las dos se presentó mi padre y al hacerle el pasaporte llegó un momento, a la espera, a la espera se hizo ya de noche y de aquí no sale nadie y entonces todo el mundo preso. Y de dos en dos, pun pun, en tren, al campo de concentración.

A: ¿Dónde estaba usted y la mamá?

G: Yo me estaba Frontignan todavía. Mi madre seguía trabajando y ya teníamos tres o cuatro, no, esto era cuando… Bueno, se lo llevaron a un campo de concentración y pasan dos o tres días y ¿dónde está mi padre? dónde está mi padre? Y nada de nada. De repente un día que volvemos al, ¿cómo decirle? Piso por llamarle de alguna forma, que eso no era ni un piso ni era nada, llegamos y vemos tres tíos, barbudos, sucios, hambrientos, ahí se habían comido, mi padre y dos más, se habían comido todo, se habían escapado del campo de concentración y eso era para fusilarlos. Entonces ya no podían optar a ningún papeleo ni nada de nada, ya tenían que esconderse. Total que sí, eso fue lo que hicieron, se limpiaron, se afeitaron, qué sé yo, pero otra cosa, lo que me contó mi padre fue cómo se escaparon, pero esa es otra historia también. Total que…

A: ¿Cómo se escaparon?

G: ¿Cómo se escaparon? Bueno, pues lo que ha contado mi padre. Parece que estaban todavía terminando el campo de concentración, no estaba como en plan militar, estaban todavía haciéndolo y todavía había una fila, una, una… ¿cómo se llama? De alambre de púa alrededor y cada tantos metros había una torreta y qué sé yo… Pero quedaba un espacio en una cierta parte que había un terraplén muy grande, un terraplén muy grande que no pusieron tantas filas de alambre de púa. Parece que –todo esto me lo cuenta mi padre-, queda un espacio así de chiquitito debajo. Y eran soldados senegaleses, negros y bueno, como eran recién llegados al campamento y no estaba bien terminado, cuando los recién llegados que venían presos, les daban un plato de lata con una cuchara y no sé qué más, y una manta y ya está y luego te sacaban los piojos, eso ya no sé si fue, en fin, tenías que reportarte, te daban un número y no sé qué… pues ellos no llegaron a hacer ni la cola, se pusieron vieron la cola, tal, se las arreglaron para cuando cruzaron … mi padre fue el primero que se tiró por el barranco, se hizo polvo, se hizo polvo de los golpes y todo, te puedes imaginar, era bastante inclinado y aquí estaba la vía del ferrocarril y allí escondido con una manta, tenía un par de horas allí y de repente [gritos de dolor], le cae uno encima [risas] y luego al rato un poco más allá ¡pak! Otro. Pues eran los tres. Se pusieron de acuerdo, de noche, se movían de noche nada más, robando fruta, robando lo que fuera en el camino para comer y llegaron a nuestra casa, allá en Frontignan y es cuando le digo que llegamos nosotros y hacía tres o cuatro días que no venía mi padre y allí está con esos otros dos que son amigos de escapatoria, de…

A: ¿Cuándo le contó su padre esto?

G: Esto, esto, ¿cuándo me lo habrá contado?

A: ¿Por entonces o años después?

G: No, no después. Bueno no, esto no, eso pasó allí.

A: Claro.

G: Lo que pasa es que en ese momento yo no me di cuenta de la importancia pero sí ya entonces tenía ya diez años. Cuando me fui a Marsella tenía yo once y pico. Pues no sé qué más le voy a decir.

A: Una pregunta que se me ocurre, ¿qué lengua hablaban ustedes? ¿hablaban catalán? ¿hablaban castellano?

G: No. Mi madre... Mi padre sí lo que hablaba. Tanto es así que me enseñó. Yo me acordaba, todavía me acuerdo, muchas canciones en catalán que me cantaba mi madre, ¿no? Y eso siempre me ha quedado. Y ahora, después de viejo, voy a tener los cursos esos de catalán [risas] Ya estoy en B1, ya pasé B1 pero voy a ver en B2 [risas] pero no, me ayuda mucho el francés.

A: ¿Y recuerda cómo iba aprendiendo allí el francés allí en Francia?

G: Sí, bueno, un niño es… ¿cómo se llama? Una esponja. A los seis meses –y no quiero exagerar- yo hablaba francés. El francés de los niños, vamos a entendernos ¿no? Pero hablaba francés.

A: ¿Y a los padres?

B: Ahora, en el colegio “Espagnol du merde” Después ya no pero al principio sí. Pero como esta familia de los Tomás y los Albert, el tío de Lola, era una familia que eran considerados como gitanos, no es que eran pobres, era la forma de vivir de ellos, gente muy buena. Lo que yo les debo a ellos por mi padre, mi madre, a todos. Pero tenían la fama entre el resto de los franceses de ser como gitanos, eran un poco despreciados. Y como el tío se llamaba Tomás era “Les Tomâtes”, los tomates, y yo era un tomate más [risas] yo también era un tomate claro. Y entonces no teníamos que agarrar a trompadas algunas veces a la salida. Y me acuerdo que el colegio era dividido, había los varones por un lado y las niñas por otro lado, todos con guardapolvos negro, todos de negro y aquellas con guardapolvos blanco. Entonces cuando entraba por la mañana era una cosa increíble, bellísimo, ahora que yo lo recuerdo. En ese momento no me daba cuenta. Todos vestidos de negro con su tablier [risas] y las niñas con sus lacitos y todo [risas]. Era increíble, son recuerdos. Estoy saltando y luego vuelvo para atrás. ¿Qué más?

A: ¿Y la II Guerra Mundial? ¿La recuerda? ¿Cómo se vive en la calle, cómo la viven los niños? ¿Cómo se da uno cuenta de que hay otra guerra?

G: Sí, bueno, más que nada porque ya se acabó el colegio. Se acabó el colegio porque justamente fue en septiembre que los alemanes invadieron Polonia y empezó la guerra. Habían tratado de mutua defensa con Francia e Inglaterra con Polonia, pues automáticamente entraron en la guerra, ¿no? Y lo primero es, durante algún tiempo, todavía tuvimos colegios, tuvimos que irnos todos al colegio de las niñas, era mediodía niñas, mediodía niños y ahí hicieron como un hospital y alojamiento para los refugiados que venían ahora de Bélgica y del Norte de Francia, ya no eran españoles, ahora eran de allá y vamos a hablar claro, a esos sí que los trataron muy bien, a los españoles no los trataron muy bien. No quiero ser injusto pero ya se habrán enterado ustedes, mientras que éstos no. Bueno, entonces el colegio lo convirtieron en un hospital, un lugar donde llegaban los que… qué iba a decir, ¡ah! Después bueno, después vivíamos allí un tiempo y me acuerdo que iba yo con mi padre al monte a buscar leña y venía mi padre cargado como un bicho de leña y yo con algunos chiquitos [risas]. Y a buscar caracoles en las paraditas esas que hay entre propiedad y propiedad, en los muros, los caracoles vivían allí, y también si podíamos robarle algo a alguien también lo hacíamos [risas]. Había que sobrevivir, había que sobrevivir.

A: Y esto, ¿era antes de que su padre tuviera que esconderse y vivir así clandestino?

G: No. Esto fue todavía antes de empezar la guerra. Por eso me estoy… Estoy empezando en momento de septiembre ahora. Ya mi padre… sí…. Mi padre se había ido a ver cómo estaba la cosa. No. Esto todavía fue antes, esto fue antes de septiembre. En septiembre me acuerdo que en los colegios a todos los niños nos hicieron ver la película Mein Kap. Para demostrar quién eran los alemanes, le boss o qué se yo. Era la guerra y había que odiar al enemigo. Y me acuerdo del ese, del Mein Kap y después lo he leído y qué sé yo pero mucho después. Veía, sí las barbaridades de los alemanes y qué sé yo basadas en el libro de Hitler pero visto como un enemigo, ¿no? Porque son de los franceses que estamos hablando ahora. Después durante un tiempo estuvimos con las niñas, compartiendo la parte de las niñas, de su colegio poquito tiempo. Ya venían tantos refugiados, tanta gente que ya no se podía. Mientras tanto esto de mi padre que se escapó y los amigos que se escaparon con mi padre tenían amigos en Marsella. Marsella es una ciudad grande y es más fácil esconderse porque en Frontignan todo el mundo se conoce. Total que se fue con los amigos a Marsella parece que agarraron un tren, antes de llegar a la estación se bajaron para no ser agarrados, ¿no? Y se escondieron en una chabola que yo llegué a ir. Hecha con las vías del tren, era una cabaña de madera, una barraca, y mi padre vivía escondido con otros allí y estuve unos días con él porque entonces mi madre decidimos, mi madre y yo también irnos a Marsella, dejamos Frontignan, dejamos a Madame Miramón, los amigos, el colegio, todo, pero ya no había colegio. Así que nos fuimos para Marsella para estar más cerca de mi padre y, sobre todo, porque en México –que fue el país que más ayudó a la España Republicana- esa es la verdad, había comprado o alquilado una propiedad muy grande abandonada totalmente que es Le Château de la Renault, el Castillo de la Reinalde, a doce kilómetros de Marsella, cerquita de Marsella, entonces, por esto de, ¿cómo se llama esto?, por asunto de extraterritorialidad o no sé qué, se consideraba espacio mexicano, los franceses, la policía francesa ni la Gestapo podían entrar, siempre y cuanto te quedaras dentro, si salías te agarraban y para Alemania a un campo de concentración, a una fábrica de municiones o lo que fuera, ¿no? Entonces mi padre consiguió entrar allí, se metió allí, con otros, mil y pico, habían sido doctores, habían sido ministros, de todo de todo, de todos los niveles sociales y culturales de la sociedad española republicana estaban allí. Mil y pico hombres, bueno, pues eso que estaba completamente abandonado y los campos, lo hicieron funcionar, una joya.

A: ¿La idea era quedarse como en un refugio o…?

G: Era, era es un santuario…

A: ¿O en espera de… ?

G: Ya verás porqué, porque este era un lugar de aguante, de espera, ¿por qué? Porque México estaba ya mandando barcos con exiliados españoles, eh, entre ellos Luis Buñuel, es uno de los que viene a la mente ahora, y mi madre, claro, también quería estar en Marsella para estar cerca del consulado. Como había caído París, muchos consulados y embajadas se habían trasladado a Marsella, menos los que era adictos [sic] a Hitler, los demás se fueron para allá. Todo el mundo quería dejar Francia, una Europa en guerra y había unas colas interminables delante del consulado y si tenías suerte te metían en un barco para México y la idea de mi madre y de mi padre era ir a México, entonces por eso mi madre se quedó en Marsella, en un cuartico que estábamos con Lola; Lola se vino con nosotros. Lola, mi madre y yo en un cuartico cerquita de la estación de Marsella y todos los días la pobre se iba a hacer cola, al consulado de México a ver si nos podían… y parece que sí, que nos metieron en una lista, nos metieron en una lista. Pero claro, ya verás, había que esperar a que te tocara el barco, no era inmediatamente, había tres o cuatro barcos, no sé cuánto, pero había que esperar algo, bueno, mientras tanto mi madre sale en estado, de mi hermano René, y ahora cómo hace ella, pues ya no me puede cuidar a mí. Mi madre consigue me que me dejen entrar en Le Château de la Renault con mi padre aunque se suponía que no podían entrar menores de dieciséis años, fue una excepción porque mi madre no podía cuidarse de mí como estaba, fue a un hospital cerca de Marsella y mi madre casi no hablaba francés, chapurreaba el francés. Mi padre sí, pero mi madre nunca lo aprendió, aprendió a chapurrear un poco. Y las mismas enfermeras le pusieron nombre a mi hermano, René Andrés, y en francés René André, pero aquí viene cuando lo matan, como dicen en las películas, pero resulta que como Luis era para ellos un nombre pues Valeriano era el apellido, falso, pero así se lo pusieron René André Valeriano, René Andrés Valeriano, bueno, el pobre ha tenido problemas con eso, bueno, ya lo arregló. “Yo no soy René Andrés Valeriano, soy René Andrés Luis”. Para que luego le reconocieran la nacionalidad española. Y ya la tiene, todos tenemos nacionalidad española, gracias a Dios. Entonces mi madre abandonada por allá con mi hermanito que nació en el 41.

A: ¿Cómo sobrevivíais?  

G: Entonces aquí es donde entran los Cuáqueros. Mi madre se entera que allá en Marsella hay una organización que se llaman los Cuáqueros, nadie tenía ni idea qué era eso, que estaba dando ropa de bebé, ropa de niño, ropa usada para niños y comida para los bebés. Se enteró al teléfono y se fue para allá y le dieron ropa para mi hermano chiquitico y le dieron “Bledin” me acuerdo, se llamaba la comida, porque yo le robaba a mi hermano, mi madre me daba la comida [risas] y… ¿qué iba a decir? ¿a dónde me he ido?

A: ¿La comida?

G: ¡Ah, la comida y eso! Entonces no había entrado yo en la… es que estoy saltándome. Bueno pues no había nacido mi hermano todavía, era un poquito antes, pero yo ya estaba suelto, hacía lo que me daba la gana por Marsella, con un grupo de sinvergüenzas que éramos todos, yo tendría diez años….

A: ¿Españoles?

G: El mayor tendría catorce, Claudio, me acordaré toda la vida porque ese era un gánster. Niños españoles. Y nos pusimos a robar comida en el Puerto de Marsella, a robar, a robar comida y qué hacíamos, cuando estaban descargando los barcos que venían de Argelia, qué se yo, y traían naranjas, dátiles, eso era lo que nos gustaba más a nosotros, otra cosa no nos interesaba, pero de vez en cuando se caía una caja de esto, un guacal, una caja de esas de madera, que tenía dátiles, tremendo, ¡pok! Se rompía y todos los dátiles al suelo, con un polvo, te puedes imaginar el piso de polvo del puerto, grasa y polvo, pues los hombres venían una escoba de esas que usan los barrenderos y hacían un montón lleno de porquería y nosotros… estábamos como tigres al acecho para caerle encima y yo una cosa, lo pensé después, esos hombres dejaban caer a propósito, sí, eso siempre me ha emocionado [se emociona, llora] yo veía que de verdad no tenía por qué caerse la caja esa.

A: La voluntad de ayudar a los niños.

G: Eso iba muy bien pero no era suficiente. Nos metimos en los almacenes. Entonces había unas puertas que se abrían así, con una cadena bien grandota y, claro, nosotros que éramos así [risas]. Y con el pito detrás el tío, el guardia [grita en francés]. Esto fue poco para mí porque me metieron en la Chateau Renar, ahí es cuando vino. Y mi padre todavía menos mal que en la Renar se puso de la parte de agricultura aunque era tipógrafo, digamos, pero aprendió muy bien, tanto es así que le salvó la vida, ya verás, esto viene un poquito después. Total que tenía un huerto entonces a nosotros no nos faltaba, qué sé yo, aunque fueran unas patatas o algo así, ¿no? Después creo que fue con Corsino porque él lo menciona en alguna parte y con otro amigo yo hice un huerto. No se han fijado ustedes al leer eso, pues léanlo. Yo creo que fui el que hizo ese huerto con él. No me acuerdo si fue con Corsino o con quién fue pero uno de ellos que estaba en la Renar, no en la Renar, en Mongrant. Porque luego cuando había nacido mi hermano, me echaron con las mujeres, me llevaron con las mujeres y los niños en otro castillo más pequeño.

A: ¿Le sacaron de la Renar?

G: A mí me llevaron que ya no podía ser, yo era un niño.

A: Y al padre lo dejaron allí.

G: A mi padre sí, mi padre siguió hasta que… ¿hasta que qué? ¡Ah no! Ahora viene lo de mi padre, espérate. Entonces empieza la cosa ahí, ya Estados Unidos le declara la guerra al Eje y México también. A papá ya se le acabó el Santuario mexicano, ya no. Efectivamente entran y cómo entran, los gendarmes con autobuses a llevarse rojos, claro, campos de concentración, fábrica de municiones, que los Aliados bombardeaban etcétera, etcétera. Pero mi padre tuvo una suerte increíble porque se había metido en la agricultura, se había metido y había aprendido muy bien. Resulta que en uno de esos momentos, no me acuerdo, la XXXX de Marsella compra esa propiedad, ¡ah, bueno! Antes déjame decirte que…es que estoy saltando. Ya quedaban pocos hombres, muchos se habían escapado, otros se metieron en el maqui, muchísimos estaban metidos en el maqui, mi padre tenía contacto con el maqui, muchos españoles estaban en el maqui. Entonces me acuerdo una vez que pasó otra cosa que no puedo olvidar. Me despierto, habíamos hecho unas literas, bueno, que habían hecho los hombres con unos palos así y alambre cruzado, unas bolsas de paja y abajo y arriba, yo dormía en la de abajo y mi padre en la de arriba y era lo que había sido la cuadra del castillo. Y en medio de la noche veo un reflector así en enfrente de mis ojos, una linterna, y se dice un gerdarme a otro: “Ce été un enfant”, es un niño, me dejaron tranquilo. Pero voy para arriba y no había nadie y salgo, sí, sí, había autobuses allí. No me quisieron dejar acercarme a los autobuses. Yo no sabía qué había pasado allí. Entonces me mandaron para el castillo éste de Montgrant donde tenían que quedarse las mujeres y los niños, Montgrant como monte grande que llamaban castillo pero en realidad era un caserón enorme allí bastante… pero la Renar sí que era un Château, Château con sus torres y todo. ¿Qué te iba a decir? ¿Dónde estamos? Estamos en la… el Montgrant y volvemos al asunto de la comida porque lo fundamental era la comida, comer, allí éramos el terror de los fermiers, de los granjeros, eso creo que también lo menciono en ahí, no dejábamos que madurara la fruta, no dejábamos que madurara la lechuga ni nada, nos lo comíamos y siempre era de noche pues se suponía que a cierta hora no podíamos estar allí.

A: ¿Quiénes estaban a cargo de Montgrant? ¿Quién lo organizaba?

G: Una señora que creo que oí, creo que me contaron que había sido Ministra en España, Ministra de la República Española, porque acuérdate que esto era territorio mexicano, se consideraba territorio mexicano y un día, bueno, esto ya, volviendo a esto de robar y de la comida y qué se yo, bueno, comíamos de lo que agarrábamos, lo que encontrábamos por ahí ¿cómo se llama eso? Una cosa que sale, que tiene una especie de flor amarilla y con las hojitas blancas que es así, la hoja es así, un poquito amargo, bueno, eso comíamos, comíamos de todo lo que agarrábamos. Tuvieron que matar los perros –y eso lo menciona otro también- claro, si no teníamos comida para nosotros cómo íbamos a tener para las mascotas, teníamos nuestro perro, jugábamos con él y todo, había dos o tres perritos por allí; los mayores, los más grandes. Y vino un señor, no sé si un gendarme o qué era y los mató, porque tenían miedo que le diera rabia por la falta de comida. Ahora, yo no creo que nos comimos los perros, no creo [risas]. No creo. Lo que sí me acuerdo es que yo nunca más en mi vida, esa es una manía tonta, no he comido judías, mochetas, alubias, este, carotas, frijoles, nunca más, es que no he podido ni verlos casi.

A: ¿Por qué?

G: Porque caminaban solos. Porque tenían su proteína incluida. Luego nos daban otra cosa que nos daban era… nunca he sabido la traducción topinambour, es un tubérculo parecido al nabo, topinambour, topinambour y topinambour hasta…

A: ¿Es como dulce?

G: No me acuerdo si era dulce o no. No me acuerdo pero me lo comía. Luego había un pulpo seco salado que parecía cuero, eh. No sé si era pulpo, se parecía más a la seta ésta, sepia, sepia, parecía como sepia, no, no, era pulpo, ahora me acuerdo de las ventosas, sí era pulpo. Pues era seco completamente, se deshidrataba por completo y salado, pues te puedes imaginar comer eso [sonido como de asco]. Y así por el estilo, lo que agarrábamos, a robar comida y lo que fuera. Pues ahí en Francia todavía fui al colegio un par de años.

A: ¿Cuándo estaba en Montgrant también?

G: Eh, en Montgrant una profesora nos enseñaba historia y qué sé yo, un poquito, unos meses.

A: ¿Esa profesora era española?

G: Eh, de España y de México. Yo el primer himno que aprendí en mi vida fue el himno mexicano [canta el Himno Mexicano]. Estábamos en territorio mexicano [risas] y nos enseñaban de Cárdenas, de Camacho, Ávila Camacho, los presidentes socialistas de México y qué sé yo.

A: ¿Montgrand también era territorio mexicano?

G: Sí, también. No era considerado, era extraterritorial mientras duró eso. Hasta que se metió Estados Unidos y México y ahí se acabó, después. Ya a partir de allí, otra historia. Total que termina esta fase ya. ¿Cierran Montgrand? No. Se van todos los españoles y qué sé yo, y la XXX de Marsella compra esa propiedad para desahogo de sus empleados, era como para pasar el fin de semana, los españoles hicieron una maravilla, no te puedes imaginar lo bonito que quedó todo, estaba todo abandonado y hasta una cascada tenía, una maravilla. Total que entonces como mi padre se había metido en la parte de agrícola, lo nombran encargado. Ya empleado de XXX de Marsella, automáticamente tiene los papiers, tiene los papeles, ya está, se salvó, no lo pueden mandar para Alemania.

A: Él se había escondido en el castillo, cuando vinieron a llevárselos a todos…

G: Sí. Pero es que luego decían tenemos que… Alguien tiene que cuidarse de todo esto. No sé cómo fue pero le tocó a mi padre, entonces no sé si sólo fue a mi padre o a otros. Mi padre fue uno de los que quedó allí. Entonces claro le dieron hasta una casita chiquitica, entonces allí está mi hermano, René, que por aquél entonces tendría unos 2 ó 3 años, no me acuerdo, estoy hablando ¿de qué? En el 42 me fui para Estados Unidos, esto sería en el 42 ó 43, por ahí. No sé, esto no es exacto.

A: ¿Estaba todavía usted allí?

G: Yo no. Yo me había ido… yo en julio, antes de julio, a mediados del 42 yo me fui con los Cuáqueros ya… yo ya no estaba con mis padres. Esto es lo que me contaron mis padres. Esto me lo contaron mis padres….

I: Pero se contaron ¿Cuándo?

G: Cuando los vi en Venezuela… ya llegaremos allí algún día [risas].

A: Vamos a quedarnos en Francia un ratito.

G: ¿Ahora dónde estamos? [risas]

A: Entonces, ¿cómo se plantea la situación de que se lo lleven a Estados Unidos? Su mamá está separada su papá, el papá está escondido, la mamá está en Montgrand con usted…

G: No, mi mamá nunca estuvo Montgrand. No, mi madre estuvo en Marsella, fíjate, ocupándose de conseguirnos la lista para irnos a México, o sea que, luego lo que se alquiló fue un cuartico en San Morné que está cerquita de Montgrand en el pueblecito. Yo vivía en ese momento en Montgrand y mi madre allá con mi hermanito pero era fácil tardaba cinco minutos en ir y volver. Hasta que luego mi madre se enteró de esto de los Cuáqueros y hablando con el señor Frank, que yo no sabía si era el apellido o el nombre, me dice: “Mira, estamos organizando un grupo de niños españoles, apátridas que los vamos a enviar a Estados Unidos, el gobierno lo ha autorizado”. Y mi madre le dejó dicho: “Pues yo tengo un hijo”. “Bueno pues traérmelo para allá”…

A: ¿Y cómo le explicó su mamá a usted “te vamos a enviar a Estados Unidos”?

G: Bueno, eso fue…. ya me enteré yo antes que ella, en realidad, pero otra vez volvemos a Montgrand. Como ya he dicho, nos pasábamos en día robando o peleando con los franceses a pedrada limpia [risas]. Era una especie de una rabia interna de ver que habíamos perdido la niñez, veíamos que ellos estaban tan bonitos, con sus guardapolvos, con ir al colegio, bien alimentaditos y nosotros… Era la guerra, pero ellos no sufrían, tenían su familia, entonces daba rabia. En ese momento yo no me daba cuenta de que era rabia pero tiene que haber sido, pues nos agarramos unas guerras a pedrada limpia. Total que un día estamos por ahí dando vueltas por el bosque, o robando, o lo que fuera y oímos la campana tin-tin-tin que nos convocaban, vamos para allá, delante de la puerta del castillo y allí estaba la directora, esta señora que había sido ministro nos presenta a una señora muy elegante, vestida de negro, esta señora es la señora fulana de tal de los Cuáqueros para irse a Estados Unidos. Pero viene a invitarnos, los que puedan y los que los padres lo autoricen a irse a Estados Unidos.

I: ¿Y hablaban francés?

G: Hablaban francés, sí. No, eran americanos, era americana. En ese momento hablaba en francés, inclusive entre nosotros se hablaba en francés mucho.

A: ¿Entre los niños españoles ya hablabais francés?

G: Sí, algunos, se hablaban los dos. Total que se presenta que el que quiera, a quienes sus padres lo autoricen pues se pueden ir a Estados Unidos. Entonces, sí, se comunicaron con mis padres. Yo ya lo sabía. Para nosotros eran los vaqueros y aviones y mucha comida.

A: O sea que lo veíais con optimismo, ¿no?

G: Era Hollywood. Era como las películas de vaqueros para los niños. Otra vez mi madre y mi padre tuvieron que decir: “Pues mira, que se salve, que salga él de este infierno”.

A: ¿Y cómo usted cómo se tomaba eso?

G: Yo, aventura. Sí me dio lástima porque cuando subí al barco en Marsella, porque salió de Marsella el barco, la primera y la única vez, no… bueno, mentira, porque después lo volví a ver, la primera vez que vi llorar a mi padre. Fue cuando yo estaba en ese barco y nosotros con la emoción de conocer el barco [gritos], niños. No nos dábamos cuenta de lo que esto estaba representando, que nos iríamos quizás para siempre y muchos para siempre. Yo soy un afortunado, en realidad fui afortunado a pesar de las separaciones, no vi crecer a mis hermanos, muchas cosas que pasaron no las compartí, bueno, pues mira, qué se le va a hacer. Nos metieron allí cerca de Marsella, en un pueblecito La Rubiere, con campo, muy bonito, con una casa grande, una casa de campo de estas y pues allí, hacía tiempo que yo no usaba jabón [risas] y esas cosas…

I: ¿Cuántos eran? ¿Cuántos niños eran?

G: Allí estábamos dos grupos. Así …

I: No, los que fueron para allá.

G: Para Estados Unidos, en total, cuarenta.

I: No, no. A la Rubiere no estoy seguro porque había otros lugares de Francia donde se juntaron niños españoles pero creo, creo que nos concentraron a todos en la Rubiere, creo.

A: ¿En preparación para el embarque?

G: Allí nos inyectaron, vacunas, y allí nos dieron comida decente por lo menos, los Cuáqueros. Y estábamos y allí y bueno… Míster Frank venía todos los fines de semana a estar con nosotros allí.

I: Yo quiero preguntarle, ¿a la señora americana ésta que vino todos los niños le dijeron que sí, que querían ir a América?

G: No, no, no. Muchos dijeron que no; no lo permitieron.

I: Y de los que dijeron que sí, ¿todos fueron a La Rubiere o fueron seleccionados?

G: No estoy seguro, creo que sí, porque por lógica, porque teníamos que estar concentrados. La cosa es que en realidad salimos en dos grupos, no salimos los cuarenta juntos. Salimos veintitrés el primer grupo, que yo no salí, yo salí en el segundo grupo. Veintitrés que fue donde fueron Felipe, Corsino y toda esta gente fue en el primer grupo y, luego, el segundo grupo fuimos diecisiete. Pero todos estábamos concentrados porque yo estuve con Felipe y esos y luego los volví a ver en Estados Unidos o en Venezuela pero creo que sí, a menos que se haya unido a otro que no estaba en la Rubiere. Ellos se fueron directamente Marsella-Casablanca, nosotros fuimos Marsella-Orán-Argelia. Y luego tres días y tres noches de tren, chup-chup-chup-chup, ¡esos trenes Dios mío! bordeando el Sáhara en pleno mes de agosto, el mes de julio. No había agua, los váteres te puedes imaginar cómo era eso con los moros estos.

A: ¿Cuánto duraba el trayecto?

G: En total, me acuerdo que eran unos trenes, África del Norte y además eran de cuarenta y dos, ¿cómo serían esos trenes? Ibas mejor en un tren de carga de ganado que en el de pasajeros. Era de madera, de estos asientos de madera, casi vertical así. Y nos metían ahí cuando normalmente tenían que haber cuatro o seis personas, ¿no? En dos, los diecisietes estábamos metidos en dos. Entonces el que le tocaba el suelo era afortunado. Yo tenía una colección de estampillas y yo las cambiaba: “Mira, yo te doy esta estampilla pero déjame dormir en el suelo [risas]”. Lo mejor era el suelo porque allí te podías estirar porque de la otra forma estabas así. Y a mitad de la noche, a medianoche llegabas a la frontera entre Argelia y Marruecos y Marruecos era neutral cuando… y Tánger y toda esa porquería y, entonces, llegabas a la frontera y ya era Argelia que era parte de Francia, ¡cuidado! Había estado en territorio francés pero ya en Marruecos ya no, entonces tenías que cambiar de tren, a las tres de la mañana y en medio de la noche nos despertábamos y otra vez.

I: ¿Quién iba con ustedes?

G: Pues iba un matrimonio que creo que era judío pero no lo puedo jurar.

I: ¿Eran Cuáqueros?

G: No necesariamente. Esto lo dije anteriormente, nunca jamás los Cuáqueros trataron de indoctrinarnos [sic], nunca jamás trataron de imponernos, si lo querías ser bien sino pues nada, cada cual fue como era y yo imagínate lo que le debo a esta gente y la humanidad en general porque… sobre todo, nosotros, estos cuarenta niños españoles que nadie quería saber nada de nosotros, como apátridas, ¿no? Total que, ¿por dónde andaba? Por lo de Francia, no, ya estamos en África. Pues llegábamos… me acuerdo que cuando el tren llegaba a uno de estos pueblos, era ya en Marruecos, llegabas y la única edificación digamos de obra era la estación del tren [risas] y quizás la alcaldía, lo demás eran puras tiendas de campaña porque es gente nómada que iba con su ganado, con su rebaño así que cuando venía el tren, se paraba en la estación, venía una cantidad de vendedores, vendiendo hasta cigarrillos de contrabando, higos frescos y una cabra para ordeñarte… en fin, una cantidad de cosas allí porque ellos vivían… esperaban que viniera el tren, de eso vivían ellos. Si había uno o dos trenes al día pues de eso vivían de los trenes de los pueblos estos. Bueno, por fin llegamos a Casablanca. En Casablanca creo que nos metieron en un hospital, con muchas camas, por lo menos y al lado de nosotros estaban los niños judíos, porque eso es otra cosa, niños judíos, la mayor parte de los que fueron en el barco eran niños judíos. Nosotros cuarenta, bueno diecisiete el grupo mío, pero había setenta y pico niños judíos.

I: ¿De la misma edad más o menos?

G: Sí, todos eran… tenían que ser entre ocho y catorce. No dejaban allí más de catorce porque podías empuñar un fusil y menor no se responsabilizaban aunque Eusebio que era más chiquito, ese sí, tenía seis o siete años –Eusebio Girón- pero los demás éramos todos… yo tenía once o doce o trece, o qué sé yo, y bueno, pues llegamos allí y nos burlábamos de los judíos porque se ponían a rezar [risas]. Pero bueno, total que estuvimos allí no sé cuánto tiempo y vino el Nyassa, el que nos tocó a nosotros era el Nyassa que creo que era una colonia de Mozambique que se llama Nyassa y así se llamaba el barco y bueno, era un barco portugués, era un barco de un país neutral, no había entrado en la guerra. Lisboa-Casablanca-Baltimore, bueno Bermuda-Baltimore. Y bueno, había salido de Lisboa, había cargado ya bastantes niños judíos en Lisboa y ya venía y allí nos montamos nosotros, nos montamos y bueno, otra vez por lo mismo, no sé si fue Corsino o quién fue, pero hicimos un acuerdo con un negro que trabajaba en la cocina, Manuel, que nos puso a pelar patatas pero comíamos comida de primera clase [risas fuertes]. Nos pasamos cuatro o cinco horas al día pelando patatas en la cocina pero bueno. Y los dulces, cuando le salía al pastelero… le salía un pastel o algo torcido, nos lo comíamos nosotros, nos lo traía y nos lo comíamos nosotros. Así que lo pasamos bien en el barco ese.

A: O sea, que en el barco además de los niños iban otros pasajeros.

G: Iban otros pasajeros, no muchos pero sí. Había gente escapándose, refugiados de Bélgica, de Alemania… de todas partes.

A: Y muchos judíos.

G: Muchos judíos. Muchos judíos, holandeses.

I: Pero judíos, ¿mayores o pequeños?

G: Había niños, tanto así que yo me hice amigo de ellos. Me ponían a cantar canciones judías con ellos que yo no sabía qué querían decir [risas]. Hasta me acordaba de alguna de ellas. Me hice amigo de ellos.

A: ¿Y cómo se comunicaba con ellos?

G: En francés. El idioma común de todos era el francés.

A: Esa era la lengua franca.

G: Francés, todo el mundo hablaba francés.

I: ¿Y para entonces estaba con el matrimonio este que los acompañaba?

G: Sí. Yo no me acuerdo mucho, sé que era…. Felipe dice que eran tres, vamos a decir que fueran tres pero yo no estoy seguro. Pero sí me acuerdo del señor y de la señora, gente joven, tendrían treinta y pico de años, claro, para nosotros grandes, nota un niño no nota una diferencia tan grande. Salimos en el barco Nyassa este y estuvimos no sé cuántos días, eran barcos que iban mucho más lentos que hoy en día y en pleno océano nos encontramos con un destructor inglés, era de los nuestros [risas]. Y entonces llegamos a Bermudas, a las Islas Bermudas y allí estuvimos cinco días; el barco paró cinco días y estuvimos en Bermudas cinco días.

A: ¿En tierra?

G: En tierra, en tierra. Nos desembarcaron. Vivíamos en el barco pero podíamos salir. Tanto es así que el gobernador de Bermudas que es un inglés, eh, nos hizo una fiesta, y lo había hecho con el primer grupo, eh. Estoy lo estoy repitiendo porque lo dice exactamente igual el grupo de Felipe y Corsino. Nos dieron una fiesta, lo pasamos muy bien y me acuerdo que las muchachas estaban intrigadas porque había unos soldados británicos delante que cuidaban el barco y llevaban estos pantaloncitos, como shorts [risas]. Y de allí me di cuenta de que Bermudas viene de shorts. Eran caqui, camisa corta porque es tropical, y las muchachas se metían con ellos [risas]. Muchachos jóvenes y se metían con ellos por las bermudas-shorts. Pues estuvimos allí cinco días y luego ya de Bermudas a Baltimore. Bueno, en Baltimore no tuvimos la recepción que tuvo el primer grupo, el primer grupo fue a Nueva York, desembarcó en Nueva York y allá sí fue grandioso, ¿no? Estuvo la Cruz Roja y tal. A nosotros también pero no tanto. Además éramos menos, éramos diecisiete y los otros eran veintitrés y los otros residían en… Había un español muy famoso que los recibió en…

I: ¡Ah sí, Eduardo Cuyero!

G: Sí, ese. A nosotros no pero bueno nos llevaron entonces para Nueva York, cerca de Nueva York, para la Fundación Gold que es un filántropo, en una zona de Nueva York que es el Bronx y que en aquél entonces era otra cosa, ahora está todo edificado pero antes era muy poco el Bronx, había muchos parques y estaba el zoológico que está todavía allí, y allí estuvimos. Empezaron ya a hacer publicidad, a promover la llegada de niños europeos, quién quiere ayudar a la vieja Europa, tomando nuestros niños, acogiendo los niños y empezaron a salir. Corsino fue uno de los primeros, que te conté que me mandó una foto montado a caballo en algún lado. Me dio una rabia, no rabia, envidia [risas].

A: ¿Puedo preguntar? ¿Cuáles fueron las primeras impresiones que tuvo al llegar a Estados Unidos? ¿Qué le llamó la atención?

G: Quizás la impresión fue cuando entré en la bahía de Chesapeake que estaba lleno de barcos, es un astillero muy grande, no sé si sigue siendo, sobre todo barcos de guerra estropeados, había un barco enorme que tenía, en uno de sus lados, en su costado, tenía un agujero –no quiero exagerar- que entraba un camión por allí y lo habían traído no sé cómo y lo estaban reparando, estaban haciendo la reparación de un barco de guerra, entonces allá todo lo que era la superestructura de un barco pulverizado, otro por allá, increíble, todos los barcos rotos, porque ahí los estaban recomponiendo. A ver qué otra cosa. Después la comida, el ice cream y todo eso, los helados y todas esas cosas, luego el tren, el tren ya lo conocía pero pasamos por Filadelfia que es la central de los Cuáqueros y llegamos a Nueva York y estuvimos un tiempo en un lugar que no es Ellis Island –Felipe sí fue a Ellis Island-. Ellis Island era una isla en el puerto de Nueva York en el que todos los inmigrantes tenían que pasar por allí, como en cuarentena. Hacías cuarentena si tenías alguna enfermedad o algo, pero no, no fuimos allí. Fuimos a un lugar donde estaban los médicos o así, no sé, cinco, seis o siete médicos y tenías que ir del uno al otro, y te estaban revisando todo, todo. Y después nos llevaron a Gold Fundation. Esto fue antes de la Gold Fundation. De trámites. Después en la Gold Fundation pues sí estuvimos allí. Ya íbamos aprendiendo el inglés, teníamos clase y sí, trataban de venderte un poco la forma americana, es la forma de ellos. Por ejemplo, música, canciones un poco patrióticas americanas, porque claro ellos no sabían si íbamos a quedarnos allí para siempre o no, nos teníamos que formar, incorporarnos a la sociedad entonces como éramos niños, me acuerdo que nos enseñaban canciones un poco patrióticas, “Yo soy americano”, el orgullo de ser americano pero bueno, yo no lo critico porque a fin de cuentas. Total que un día estoy en el colegio con Miss Love Lloyd que era la profesora, “Love Lloyd” ¡Qué nombre! Felicidad-Amor, [risas] era la maestra nuestra, y me llaman a la dirección, entonces yo me llamaba “German” [con acento francés], nadie se atrevía a llamarme Germinal porque era un nombre anarquista.

A: ¿Cómo se percibía eso en Estados Unidos?

G: No podía, por eso… Es que ya en Francia, en la parte metida en Alemania ya estaba ocupado por los alemanes. “Germinal” ya no podía ser.

A: Reprimían toda referencia al anarquismo.

G: Sí, eso es. Es un nombre revolucionario. No necesariamente anarquista, puede ser también de otras tendencias pero es un nombre revolucionario.

A: ¿Incluso en Estados Unidos?

G: Sí, a mi llamaron Jerry pero en ese momento me llamo “German” [con acento francés]. Me quedé con el nombre francés. “German” Luis, eso sí, el apellido. Bueno, pues me llaman a la dirección, está este señor, WinstonThatcher –se llama como la Dama de Hierro- [risas] que vivía en el interior del Estado de Nueva York, no muy lejos de la frontera con Canadá, y no muy lejos de Niagara Falls, donde las cataratas, una zona muy bonita, con muchos lagos, las montañas, los valles anchos, subiendo despacito así, mucho para ganado lechero, y una hacienda, una granja. Éste era con su señora, y la niñita Doris, que se llamaba igual, la señora se llamaba Doris. Y en el otro lado de la propiedad, estaba la Casablanca –esta se llamaba la Casa Roja porque era de ladrillo- la Casablanca era una casa de madera típicamente americana, ¿no?, pero estaba la grand-mère que era la baronesa, y de verdad, verdad, baronesa XXX. Que había venido de Alemania cuando terminó el Reino de Gutenberg, qué sé yo, pues muchos de los nobles estos tuvieron que salir pitando, lo mismo que en Rusia y se fueron muchos para Mónaco, para Montecarlo y pues ellos también. El papá de la grand-mère –la empezé a llamar grand-mère, el idioma francés otra vez- era un americano de la Belle Epoque que venían a Europa a buscar nombres, títulos, usted se habrá enterado que en el Titanic había una cantidad de mujeres de esas; eran americanas millonarias que iban porque querían conseguirse un príncipe italiano o un barón no sé qué, iban para eso y digamos la verdad. Pues ésta era una americana que fue a Europa, se conoció con este barón alemán, se casó y la hija era XXX. Ellos vivían en Stuttgart y era de la nobleza, tenía unas fotos ellas, era una mujer bellísima en su juventud, bueno, era una señora que en ese momento tenía cincuenta años, todavía era joven digamos pero…. con los hombros descotados, con el pelo negro y una estrella así, ¡qué mujer más bella era! Y no me queda nada de eso, por animal, porque a un niño no se le ocurre guardar nada de eso. Total que en una hacienda nada menos –fíjate tú- ¿Qué por qué una hacienda? Porque resulta que mi padre dijo que “si es posible, pongan a mi hijo en una granja y en una familia protestante”.

A: ¿Por qué?

G: Yo lo sé. Porque mi padre era ateo [risas]. Yo creo que por la rabia hacia el clero. Es como contradecir al clero y se había dado cuenta de que es verdad, de que en tiempo de guerra los payases, la gente del campo, es la que mejor vive; eso sí que es verdad. Siempre hay una lechuga o algo para comer, un huevo. Total que sí, yo viví allí, trabajaba, eso sí, ordeñaba, tenía que trabajar, o sea, no es que fuera como un hijo, siempre había la diferencia. Me querían mucho, eso sí, sobre todo la que más me quería era la grand-mère. Entonces en lugar de quedarme con los Thatcher en la Casa Roja o Red House, yo tenía miedo porque estaba arriba sólo yo, yo creía que aquello era así como embrujado pero resulta que fui hace dos o tres años y me pareció mucho más pequeñita y yo la veía enorme y ahora… todo es relativo a la edad de uno. Bueno, total que, en casa de abuela, de la grand-mère, allí sí me mimaban, notaba que me querían, aquí no es que no me quisieran pero era eso, un niño acogido.

A: ¿Cómo era un día normal en su vida?

G: Bueno, en verano…no, vamos a decir en cualquier época. Hay una época en la que tenía que levantarme prácticamente no al amanecer porque hasta las ocho o las nueve no amanecía, o sea, que eran las cinco de la mañana, vamos a decir, al primer ordeño. Ordeñábamos, poníamos la leche en unos bichos enormes súper raros que se ponían en el agua del manantial para mantener la temperatura a veinte grados.

I: ¿Todo eso con su padre adoptivo?

G: Mis padres estaban en Francia. No es padre adoptivo sino de acogida. Foster Parents porque yo tenía mis padres. Eso fue el caso de Corsino, él sí era huérfano, o sea, los huérfanos sí. Pero sí me acogieron en la casa e hicieron todo lo posible por educarme bien y todo, perdieron el tiempo [risas]. Total que a mí me gustaba más la grand-mère, la grand-mère me leía hasta que yo me dormía por la noche…

A: La rutina era levantarse…

G: ¡Ah, vale! Vuelvo otra vez a la rutina, es que me voy. Enfócame otra vez el camino porque me voy. Entonces, sí, me levantaba a las cinco de la mañana, más o menos, con un frío en invierno, porque es frío esa zona, no está muy lejos de la frontera con Canadá y bueno, pues, a ordeñar las vacas, a darles de comer a los cerdos y a las gallinas…

A: ¿Con quién hacía eso?

G: Había Sophie, Sophie era la criada de la baronesa, que la había traído con ella desde Alemania, se la trajo, Sophie, era como la niñera de Doris, la hija de ella. Sophie era una. Bill Glass que era el capataz que era el que se ocupaba de verdad, era Bill Glass, y luego había otros que trabajaban y se iban, y no sé qué, y no me acuerdo cómo se llamaban, esos duraban un tiempo según el trabajo que había allí, si era la cosecha o lo que fuera y yo. Aprendí a ordeñar y se me pusieron las muñecas así…es curioso. Y venían todos los gatos a la hora del ordeño y le echaba leche a la boca así [risas]. Bueno, entonces volvemos otra vez al día porque si no me voy por otro lado. Ordeñaba a las vacas, les metíamos unos bichos de esos, había como una gasa que había que ponerle para echar la leche en el cubo y no entrara pajita ni nada de eso, para que quedara limpiecito allá abajo, tapábamos eso y teníamos agua natural, habíamos hecho el aljibe y metías dos o tres bichas de esas grandes de lechero, ¿no? y las metíamos casi casi enteras para que estuviera frío porque en la mañana temprano, como a las siete, siete y media, venía la cooperativa a buscarla y metía un termómetro, bueno, en invierno no había problema, era en verano ya cuando comenzaba la primavera, no te la aceptaba si tenía más de setenta grados Fahrenheit que viene a ser veintiuno o por ahí, ¿no?, entonces tenía que estar bien fría, ahora ya todo es más moderno y es eléctrico y empezaban con las ordeñadoras y qué sé yo, era bastante pesado cuando yo estaba allí. Ya empezaba cuando yo estaba allí, ya había una granja bastante más grande que tenía ya ordeñadora automática pero antes todo había que hacerlo a mano. Pues bueno ya está, terminaba mis cosas como a las siete, siete y media ya terminaba yo y tenía que irme a quitarme toda la ropa, toda la ropa, porque olía a cuadra, ponerme la ropa de colegio, bañarme si era necesario aunque eso en invierno no mucho [risas] pero claro… por lo menos la ropa sí porque eran botas de goma de éstas y además yo limpiaba las cuadras muchas veces, el estiércol, ¿no? Y bueno, pues ya está. Entonces desayuna y a las nueve, a las y cuarto para las nueve al colegio, lo tenía cerca el colegio.

A: ¿Desayunos americanos?

G: Sí, sí. Bueno no tanto porque recuerda que estoy con una familia alemana ahora. Estoy con una baronesa. ¡Ay! Sophie hacía unos Strudels [risas] un pan de casa, comíamos los panecitos estos, los hacía ella. Entonces al colegio, a las tres y media terminaba el colegio, almorzaba en el colegio, había una cafetería, te servías por un dólar y pico, te servías…

A: ¿Era el único niño español del colegio?

G: Sí. Éramos todos extranjeros, un canadiense y yo. En toda esa zona agrícola, era una zona agrícola.

A: ¿Qué estudiaban en el colegio?

G: Pues yo entré en sexto grado y allí hacen lo que llaman Iniciation. Cuando entras tienes que hacer algo para formarte parte. Allá los que llegaban nuevos a la escuela, ambos sexos juntos, no estaba separado como en Francia, eran niños y niñas juntos. Pero no sé cómo llegué a sexto grado [risas]. Pues sí, me aceptaron en sexto grado y entonces me acuerdo que una de las cosas que había que hacer era agarrar una muñeca y hacer como que eres una niña y a mí no me gustó y la tiré, y estaba recién entrado yo; el machismo, el machismo idiota de uno que es tonto y la maestra me dijo: “Mira, aquí no somos así” y no sé qué más y patatín y patatán. Era mucha diferencia pero son cosas que contrastan, que te ves allí. Bueno, pues entonces ya empecé el colegio vendría a ser cuarto, porque los dos último años vendrían a ser el bachillerato, ¿no? Antes no, antes había… diez, no, nueve, diez y once eran el bachillerato; ahora son ¿cuántos? Bueno no sé, había…!espérate!, ya había terminado la guerra, ¡claro! Mientras tanto se había muerto la baronesa, se murió de cáncer, terminó la guerra, la baronesa trató que mis padres fueran a Estados Unidos, reunirnos conmigo pero la lista de inmigración era tremenda y tendría que esperar mucho tiempo y querían reunirse conmigo lógicamente y entonces nos reunimos en Venezuela. Pero, ¿dónde estamos? Me he ido yo.

A: Estamos en Estados Unidos, en la escuela.

I: Yo quiero preguntarle, ¿cuándo aprendió a hablar inglés? ¿Estando allí en el Bronx?

G: Sí bastante pero no del todo. Todavía no del todo pero bastante. Sí porque yo llegué, llegamos en julio, bueno, al día siguiente de llegar a Baltimore cumplí doce años, o sea, yo cumplo el 31 de julio, y esto el 30 de julio de 1942. Lo curioso es que el Nyassa –el barco que nos llevó-, al regresar a Lisboa lo torpedearon los alemanes, siendo neutral.

I: Entonces cuando estaba allí en la Gold Foundation tenía las clases en el mismo edificio.

G: Sí, en un cuarto, en un salón especial para las clases en inglés, todo el inglés, nos enseñaban canciones y de todo en inglés. Hasta que vino este señor que me llevó para allá, para la granja y estuve con ellos allí, terminó la guerra, ya hicimos contacto con mis padres a través de la Cruz Roja y trataron de irse para Estados Unidos pero no podían y se fueron para Venezuela.

A: Vamos a volver un poquito a la rutina, a la vida diaria en Estados Unidos, cuando estaba en la hacienda, entonces iba del colegio, volvía del colegio y cenaba con…

G: Me invitaban mucho porque yo era una excentricidad, una rareza.

A: Sí, sí. ¿Cómo le percibían los demás?

G: Pues muy bien [risas]. Yo era la estrella de la noche, me invitaban mucho a fiestas y eso y después en Junior High School pues ya invité a una chica a ir al bowl y al XXX que llaman allá y entonces tenía yo catorce años, o sea que sí, me incorporé bastante bien, yo era un americano más allí, tanto así que recién llegado a la casa de los Thatcher, ellos invitaron unos niños de la zona para conocerme, para hacerme amigos, para jugar y qué sé yo y ellos fueron los que me dijeron “German sounds too much like German” (Eso sueno demasiado a Alemania) y eso en plena guerra, pues me bautizaron Jerry, en los documentos no claro, en los documentos es Germinal, pero Jerry todo el mundo me conocía por Jerry y para remate Luis lo pronunciaban “Luis” [con acento americano], entonces yo era “Jerry Lewis” [risas], ¿Se acuerda de Jerry Lewis? Total que yo era americano, nadie se imaginaba que yo era español, sólo cuando ya me conocían, sí claro, un niño de la guerra o qué sé yo pero de chiquillo tenía mucho éxito, así como “popular” [con acento inglés] aunque yo he sido siempre más bien retraído, no. Vivía en la granja y lo que me gustaba era hacer mi cabaña allá en el bosque, ir de cacería y todo eso, la parte sociable no he sido nunca muy sociable pero por el hecho de ser una persona rara pues sí me invitaban mucho.

A: ¿Pero le trataban bien? ¿No notaba tanta discriminación como por ejemplo notaba en Francia?

G: Francia siempre ha tenido más roce con España, por las guerras y qué se yo que ha habido. Estados Unidos no. Ellos siempre me preguntaban “¿tú eres uno de los lealistas?” Loyalist. Yo no sabía pero loyers se suponía que eran los republicanos pero en ese momento yo no lo sabía, y le digo: “I think so” pero no estaba seguro y ¿qué más puedo decir?

A: Y bueno, cenaban después de la escuela.

G: Sí, cenábamos después de la escuela

A: ¿En familia? ¿Con la familia de acogida o…?

G: Cuando estaba con los Thatcher sí, después XXX tuvo un accidente muy grave y me mandó al Estado de Nueva York porque había unos hangares allí y había un tubo que sobresalía de la tierra que es de donde los autobuses rellenaban de combustible, creo yo, y unas piedras alrededor; y estaba cerquita del final del garaje, había un garaje –en realidad donde se estacionaban los autobuses- y estaba esto aquí. Esto era en el cerro, en la cuesta donde nos tirábamos con los trineos o con los esquís y estaba, pues habría una distancia de un metro y pico entre el edificio y el tubo este, además, la sombra caía encima del tubo, no se veía, porque entró una noche de luna bellísima, todo nevado, se podía ver todo pues viene los Steven que fueron los que me pusieron Jerry, los amigos míos, y me dicen: “ ¡Jerry, let´s go ski!” con los trineos y le pedimos a XXX, XXX era un hombre joven. Era justo un poco después de Navidad y me habían regalado un trineo que era el más grande de todo el valle yo creo. Ellos habían traído uno extra –los Stevens- y se vino con nosotros. Nos tiramos, muy bonito y XXX no llega y empezamos a subir otra vez y al lado del tubo ese sangrando en la nieve, se había pegado, yo me acuerdo que el edificio daba sombra sobre esa parte y nosotros sabíamos que estaba allí, no le habíamos dicho nada. Le podíamos haber dicho: “Cuidado XXX que ahí hay un tubo” pero no dijimos nada. Uno se siente un poco culpable de esto, ¿no? Entonces por invitarlo a este hombre a venir a hacer el trineo con nosotros, a tirarse en trineo por la cuesta, hicimos un desastre porque le arruinamos la vida al hombre, quedó mal, entonces ya no se pudo ocupar de mí, ya me quedé con la baronesa. La baronesa agarra cáncer.

A: Que era la que le mimaba a usted.

B: Esa, esa es la grand-mère, el idioma otra vez francés. Ella había vivido en Montecarlo y había ido a Suiza a estudiar y qué sé yo. Una niña de la nobleza alemana y con el asunto de la Ópera de Stuttgart y qué sé yo. Procedía de una familia que tenía una imprenta muy grande en Stuttgart y le había hecho trabajos a Goethe, eso me he enterado después, eso me enterado por lo del grupo. Total que cáncer de pecho, se sintió una cosa ahí y fue hasta Rochester en Minnesota, que fue por aquél entonces la mejor clínica que había en Estados Unidos, ¿no? Y todo lo que había se lo hicieron, la operaron y qué sé yo pero no. Mientras tanto estaba en contacto con mi padre. Ya había terminado la guerra, ya era el 46, ya hacía un año que había terminado la guerra, Cuando yo hice contacto con mis padres ya había pasado un año. Ellos sabían que yo estaba en Estados Unidos pero no sabían si estaba vivo o muerto y yo igual, no sabía.

A: ¿Y ellos continuaban en Francia?

G: Ellos continuaban en Francia en otra ciudad que no tiene nada que ver, que nunca conocí porque mientras tanto me nació una hermana –Jaqueline – que nunca conocí. Se murió Jaqueline, chiquitita, una niña; siempre ellos estaban en el campo, compraron un… no sé si lo compraron o lo alquilaron, una farma de estas, una farm y estaba jugando René con otros niños y ella, una niña, la Jaqueline, y se cayó en el canal de irrigación y se la llevó tres kilómetros. Bueno, te puedes imaginar cómo estaban mis padres. Y bueno, pasó eso. Me mandaron una foto de ella y una foto de donde está enterrada y… se murió. Mientras tanto mis padres habían visto que en Venezuela necesitaban gente y, sobre todo, gente para la agricultura, mi padre ya se había hecho un granjero, un payés, pues mira sí, inmediatamente consiguió trabajo en Venezuela, en el mismo puerto.

A: ¿Y toda la inmigración a Venezuela organizada desde Francia?

G: Sí, esto fue el gobierno de Venezuela que le dio a los republicanos españoles, en este caso fue para los republicanos españoles, no estoy seguro, pero puede que fuera para todos los españoles, no estoy seguro porque esto fue en Francia, yo creo que iba para todo el mundo porque después vinieron un chorro de portugueses, italianos y españoles pero ya fue cuatro o cinco años después, en el 52-53 o por ahí; te estoy hablando ahora del 46, últimos del 46, los primeros que llegaron fueron los republicanos, después empezaron todos de España y Alemania, por todas partes pero esto todavía no, era republicanos españoles porque el Partido Socialista, Romo de Betancur era socialista, era, murió, ya no existe, es Acción Democrática, entonces le dio trabajo, mi padre ya empezó en su trabajo, en su profesión, en una tipografía, en Tipografía Vargas, era jefe de taller, lo hicieron jefe.

A: ¿En Caracas?

G: En Caracas. Lo curioso es que el dueño de Tipografía Vargas –Rudufiaga- el gordo, era un tío gordo así, de origen vasco, venezolano pero de origen vasco que luego resultó ser el padrino de mi mujer [risas]. Lo que es la vida pero no sabemos… el destino te va uniendo y te va uniendo. Bueno total, como mis padres no pudieron entrar en Estados Unidos, me fui para Venezuela.

A: ¿Quién organizó que fueran allí?

G: Bueno, fueron los cuáqueros pero ya se murió la grand-mère pues el último año que estuve yo en Estados Unidos, yo estuve con unos profesores míos que me querían mucho, que eran los Wiler, que esos eran americanos, americanos. Y viví con ellos entonces bueno hasta que él mismo me llevó hasta el tren, luego fui a Nueva York, la señora XXX de los cuáqueros me recibió en Nueva York, me montó en un avión de una aerolínea venezolana y para Caraca, estoy hablando de julio del 52.

A: No, 46.

G: No, 47. Claro, si ya tenía diecisiete años. Me había ido con once y vuelvo con diecisiete. Y claro mi padre no me reconoció, ya esto pues eso. ¿Qué más puedo decir?

G: Volviendo a rutina diaria, pues sí el trabajo, después ciertos días cuando podíamos a las cuatro de la tarde, la grand-mère y yo merendábamos, nos íbamos con los siete perros, cruzábamos el río y estábamos allí.

A: ¿Siete perros?

G: Siete perros de la baronesa y sí, uno de ellos era mío, me lo regalaron. Le puse Turkey, era un beagle ¡Qué maravilla! El tío era un cazador, allá todo el mundo tiene un rifle, ya lo sabe, con doce años tenía un rifle twenty-two.

A: ¿Y cazaba y todo?

G: Sí, bueno no mucho pero… [risas]. Al cumplir los dieciséis años me compré una escopeta Winchester, de esas que sale el cartucho y metes el nuevo, no te hace falta porque lo cargas por abajo, por la culata y se mete automáticamente, salta el usado y entra el nuevo, entonces maté un ciervo y ¿por qué maté un ciervo? En ese momento, en esa zona de Estados Unidos agrícola casi para hacerte hombre tenías que matar un ciervo [risas] para ser considerado. Es curioso, eso los granjeros. Despreciaba hacia los de la ciudad, no sirven para nada los de la ciudad, si es que los despreciaba y claro venía un citieslakers, no sirven para nada los citieslakers, decían los granjeros, si es que los despreciaban y claro venía un citieslakers de estos de cacería y te mataba una ternera creyendo que era un ciervo [risas], entonces claro les daba una rabia tremenda entonces yo era eso, yo era un farmer, yo monté a caballo, ordeñé vacas y hacía de todo. Entonces salíamos todos los días no pero muchas veces salíamos con la grand-mère y sus perros y yo salíamos de cacería y hacíamos nuestro paseo por el río tan bonito, había lugares que llegaba el agua a la rodilla y otros habían puesto piedras y los saltábamos. Luego hacíamos una especie de diques para hacer un pozo para bañarnos. Ahora en la primavera, en abril, venía el deshielo y se transformaba eso en un torrente, se lo llevaba todo. Yo me había hecho una chabola con madera vieja y qué sé yo, en una bifurcación del río en que quedaba como una islita y allí tenía mi chabolita pegada a un árbol. Pues ya cuando vino eso me lo llevó todo [risas]. Bueno, ¿qué más? ¿qué puedo decir? Tenías poco dinero y para ir al cine tenías que ir a Hornel. un pueblo que estaba como a unas diez millas o nueve millas o una cosa así, luego tenía mi bicicleta, me hice Boy Scout, la pantera negra, Black Panter Patrol [risas] y two twenty-seven, me acuerdo veintisiete de los scouts, bueno pues eso sí, un americano, un gringo más, con mi bicicleta. Algunas veces los jueves había reunión, a partir de las siete se hacía de noche y además con unas nevadas. No veías a un metro y yo con mi linternita para ir a la reunión de los scouts porque era un poco lejos, ¿no?

A: ¿En el tiempo que estuvo en los Estados Unidos conoció a otros niños españoles que habían llegado o nunca estuvieron en contacto?

G: Nunca, es curioso pero perdí completamente el contacto con ellos, hasta que hace cuatro años, me llamaban aquí, estando yo en Barcelona ya: “Mire, buenos días, ¿usted es Germinal Luis?” Y digo: “Sí”. “Pues mire yo soy -no me acuerdo del nombre-, le llamo desde Asturias”

I: ¡Ah! Eso fue Terechu.

G: Y dice: “Pues mire, se trata del grupo de niños españoles” Y digo: “Pero bueno, ¿cómo me encontraron ustedes?” “Y usted es el número 28” me dicen. ¿Cómo puede ser si ha pasado sesenta y cuantos años? Y digo: “Pues sí, pero, ¿cómo me encontraron?” y dice: “Pues bueno mire primero en la guía de Barcelona, Luis apellido no hay tantos y Germinal menos” [risas] Así que fue relativamente fácil encontrarme. Entonces sí ya nos pusieron en la bicha esta, pusieron a mis hijas en la lista de correos y entonces me enteraba de todo a través de las hijas pero yo no, yo no quiero que me controlen, yo tranquilo.

A: ¿Cómo se sintió de repente parte de un grupo?

G: Esto fue, fue Corsino, el Tejano, tanto es así que no tenía ni una sola foto mía de niño porque las perdí todas y él las tenía y yo me he enterado cómo era de niño, ya se las mostraré. Allí aparece pero no sé si una que tengo es mía, allí aparece una que estoy con Eusebio, con otro niño que… Arsenio, el hermano de él había viajado en el primer grupo. [Comentando una foto] Sí, hay está flaquito.

A: ¿Entonces recordaba los nombres de algunos de los niños?

G: ¡Ah sí! Claro, sí, sí. De algunos por lo menos. [Comenta la foto] Ahí estoy yo y Eusebio que está al lado. Eusebio es el menor del grupo porque Arsenio que es el hermano mayor de él fue al primer grupo y la mamá de él habló con mi mamá y le dijo: “Mira, Germinal se podrá ocupar de un poco de él”. Yo le tenía más o menos guardando. Yo le llevaba la maletica y la mía, y él me llevaba una especie de cartapasos [sic], esto donde llevaba mis estampillas de correos, mis fotos… me lo perdió el niño, lo dejó por ahí [risas]. Pobrecito, tenía siete años. Yo no, pero él sí, se durmió, nos llevaron, me acuerdo que fue en autobús, no sé cuánto tiempo, de la estación del tren en Nueva York hasta que ya nos fuimos horas y horas, todos dormidos. Entonces cuando… después reclamé yo pero desapareció. No tenía ni una sola foto de mis padres, no tenía ni una foto mía, nada de nada, ni mi colección de estampillas.

A: Que se alegró que le contactaran para recuperar un poquito…

G: ¡Claro! Entonces digo: “¡Es increíble!” Y luego Felipe se ha metido mucho porque claro ellos sólo tienen la mitad del libro, ellos son una saga, pero eso mío es nada, comparado con algunos de ahí que le fusilaron el hermano y qué sé yo. Bueno yo a pesar de todo es interesante pero no fue tan trágico como alguno de ellos.

I: ¿Y en Venezuela usted pudo estudiar?

G: Entonces bueno pues llego y a los quince días a trabajar, mi madre había conocido a una señora que era la secretaria del director de Panamerican World Airways –la línea aérea- y le había dicho que tenía un hijo que vivía en Estados Unidos y qué sé yo, y que hablaba francés, inglés y eso, patatín patatán. Mi madre es increíble lo que hizo. Que en paz descanse pero es increíble lo que hizo mi madre. Pues ya le había hablado de mí, entonces total que a los quince días de llegar a Venezuela entro a trabajar allí, con un sueldo muy bajito porque aquello era para empezar pero… Entonces llegó después de dos años, si pasaron como tres años, sería en el año 47, sí, sería el año 50 ya resulta que yo le digo: “Papá, yo quiero terminar el bachillerato, yo quiero estudiar ingeniería, yo quiero hacer puentes” Mi manía era hacer puentes: “Yo quiero ir a estudiar, déjame que termine el bachillerato” Y me dijo: “Vete”. Y me fui para Estados Unidos otra vez.

A: ¿Otra vez?

G: Otra vez, claro. Me faltaban dos años de bachillerato. Pues de enero a junio terminé dos años de bachillerato [risas].

A: ¿Acelerado?

G: Me ayudaban mucho los profesores y todo. Me gradué y conseguí casi, casi una beca, la tenía así a la mano con Cornell University que es una de las mejores en agronomía; como yo nací en el campo, me gustaba el campo. Ya fui a hablar allá con el Decano de la Facultad, me habían hecho miembro de una de las fraternidades, la XXX Fraternity que es duro entrar allí. Ya tenía mis amigos y qué sé yo. Pero un día en el mes de mayo, en junio ya terminaba la escuela, en septiembre se suponía que yo entraba en Cornell University. Mayo-abril, no sé, recibo una tarjeta postal, Valparaíso (Chile). Mi padre: “Estamos en Valparaíso, rumbo a la Argentina”. No me habían dicho nada de eso entonces habían decidido ellos que se iban para la Argentina porque mi tía María y su esposo y mi primo Liberto estaban en Argentina y patatín-patatán. Bueno, ¿qué hago yo? Pues digo yo me voy para Corea, en ese momento era el cincuenta y pico, yo me meto al ejército, me meto a la aviación que es lo que me gusta a mí; me voy para Corea…

A: ¿Pero qué nacionalidad tenía?

G: Bueno era español pero si tú lo presentas ya nunca puedes ser norteamericano, me explico, ahora, no tuve necesidad de llegar a eso porque luego me convencieron que me fuera y tal. Llegó un momento que yo quería porque después es muy fácil conseguir la nacionalidad americana, una vez que has peleado en el ejército. Por otro lado yo quería estar con mi familia pero claro me echaron a perder un poco el plan. Total que… a ver por dónde iba yo ahora. ¿Dónde estaba ahora?

A: La disyuntiva de…

G: ¡Ah! Bueno total que… sí… que están rumbo a la Argentina, están rumbo a la Argentina. Mi tío y mi tía María que era la hermana mayor de mi madre estaba en la Argentina, en Buenos Aires, a las afuera de Buenos Aires. Total que digo bueno, pues mira, total que me fui; trabajé ese verano en Estados Unidos, hasta tenía un turno de noche que empezábamos a las seis de la tarde hasta las seis de la mañana.

A: ¿Haciendo qué?

G: Cargando y descargando tomates, cargando y descargando lo que fuera. En una empresa que llama XXX. XXX era vegetales congelados pero venían de los campos, por ejemplo, sobre todo los guisantes, había una fábrica, era abierta la fábrica completamente pero era la época de los guisantes, la cosecha que duraba quince días, diez días, no me acuerdo, poquito tiempo; venían unos camiones cargados de todo porque cortaban y cargaban de todo, no solamente quitaban los guisantes, la mata y todo venía entonces lo cargaban en una plataforma que había y habían unos centrífugos, lo metían en unos enormes rodillos así que daban vueltas a una velocidad, lleno de huequitos, entonces metías esto e ibas alimentando eso, y los guisantes salían por los huequitos y todo lo demás iba a un montón que servía para estiércol luego, se aprovechaba todo, bueno pues yo trabajaba ahí; trabajábamos pero catorce horas, dieciséis, teníamos para abajo una especie de sótano que había y ahí dormíamos un par de horas y otra vez porque tenías que sacarlo porque duraba poco la cosecha y si no se echaba a perder.

A: ¿Y esto dónde era? ¿En qué parte de Estados Unidos?

G: En… ya cerca de Almount. Donde fui yo estaba en realidad en, donde estaba la granja con los Wiler, con grand-mère y los Thatcher, era entre dos pueblos que se llaman Alfred y Almount, el colegio se llama Alfred-Almount Central School. Ellos lo hicieron muy bien, en eso los americanos han tenido mucho éxito, imagino que lo hacen en todas partes ahora de en lugar de hacer un colegio en Almount, un pueblo de 500-600 habitantes, no sé cuántos, y Alfred que sí que era más grandes que era Universidad, tenía Universidad, pues hicieron una centralizada que tenía hasta talleres para mecánica, electricidad, costura y cosas de la casa, Home of Economics –creo que se llamaba-

A: Y ahí fue donde estudió.

G: Yo estudié allí.

I: ¿Volvió otra vez a la zona que conocía?

G: Sí.

I: ¿Pero con quién vivía?

G: Con grand-mère y luego con los Wiler.

I: No, pero cuando volvió de segundas.

G: ¡Ah no! Cuando volví, con los Wiler. Ellos decían “Jerry is our boy” (es nuestro muchacho). Ya me tenían como un hijo, ellos me querían muchísimo, y es que yo también. Yo le hice un huerto, aprendí de la comida en Europa, pues les hice un huerto muy bonito, les puse mi hilo para que fueran derechitos y rábanos y de todo, yo sí, entonces ellos me querían mucho. Eran profesores los dos, me querían mucho y entonces sí estuve con ellos.

A: ¿Puede volver atrás en el tiempo?

G: Lo que quieras.

A: ¿Cómo fue el reencuentro? El reencuentro en 1947. Después de los cinco años de no verse.

G: Seis años. Casi seis años,

A: ¿Cómo fue ese encuentro con su padre, su madre y su hermano René?

G: Bueno, primero mi padre, eso ya se lo he contado, en el aeropuerto, ¿no? Que en ese momento te abrían todo, las maletas y todo. Y yo me había traído mi carabina veintidós porque yo creía que como en Estados Unidos todo el mundo tenía una carabina pues yo también podía traer mi carabina y traje mi carabina pero no escondida ni nada, allí me la decomisan entonces me demoré más, ya casi se había ido todo el mundo porque estuve ¿dónde voy a buscarla? Me dijeron “vaya al Ministerio de Defensa y tal, a Armamento” y no sé qué a buscarla, era mentira, se la guardó alguien allí, me la robó pero bueno, me hizo perder tiempo por estar revisando la maleta y veo un señor parado y me miraba y digo: “Pues ese es mi padre” Me parecía más bajito [risas]. Total que le digo: “Tú eres mi padre, ¿no?” Se volvió loco, te puedes imaginar. El pobre tenía un reloj, me había comprado un reloj, se lo quitó inmediatamente –lo usaba él- y me lo puso a mí, yo no sabía qué hacer con aquél pobre hombre y entonces subimos a Caracas porque el aeropuerto era a nivel del mar, digamos, y Caracas estaba arriba, a mil novecientos metros y pico sobre el nivel del mar que eso le hace un clima muy bueno, ¿no?, no es tan caluroso, muy bueno, el valle de Caracas, pues, subimos allá y mi madre, ellos vivían en un apartamentito con un balconcito, un pedacito de cocina y luego el cuarto, había –qué diría yo- ¿veinte metros cuadrados?

A: ¿Todos en el cuarto?

G: Todos. Con mi hermano. Mi hermano no había nacido todavía. René sí, René tenía siete u ocho años; nació en el cuarenta y uno, seis años. Esto era en el 47, tenía seis años. Llegamos allá y fíjate mi madre, ¿no? Por todo el barrio, por todos los vecinos del edificio. “¡Mi hijo americano!” “¡Mi hijo americano!” [risas]. Y ahí sí me hice amigo de otros españoles refugiados. Ahí sí que había muchos: vascos, asturianos, de todas partes de España.

A: ¿Adultos, niños, jóvenes…?

G: Más o menos jóvenes, de mi edad. Había unos mexicanos, que habían ido a México y ahora también estaban en Venezuela, que eran dos hermanos y el tío de ellos, que también era un hombre joven, en aquella época, todavía 17-18 años hay teníamos todos. Y nos hicimos amigos e íbamos a jugar al fútbol, a un lugar, en autobús, los domingos por la mañana, a pasar… Ya y ya amigos del alma.

A: ¿O sea que ya se relacionaba con amigos españoles?

G: Amigos del alma, de toda la vida, bueno algunos ya se han ido y no…

A: ¿Y qué impresiones tuvo al llegar a Venezuela de un país nuevo? ¿Qué le llamaba la atención de eso?

G: Me pareció maravilloso, me pareció maravilloso. Es que Caracas era “la ciudad de los techos rojos”. No teníamos edificios, eran todo casas de una o dos plantas con los techos de teja, rojos, rojos, rojos y mucha vegetación. Claro, Caracas tenía 150000 habitantes, ahora tiene tres millones y pico, entonces te das cuenta. Entonces mi madre… Yo iba con mi madre al mercado, en el centro de la ciudad y allí pues era todo mercado rústico, así, yo acompañaba a mi madre hasta que empecé a trabajar –que fue rápido- no estuve haciendo el vago mucho tiempo yo. Entonces sí, me encantó, la ciudad era bellísima.

A: ¿Y la forma de vida, el ritmo?

G: El venezolano es muy cariñoso, muy hospitalario, generoso. Yo no tuve problemas. No me sentía extraño yo. Hubo una época en que ciertos tipos, cierta gente que la agarraron con los misiu, la agarraron con que los extranjeros era misiu, como lo dicen ellos, y sí hubo un poquito pero en general no, me trataron muy bien.

A: ¿Y allí empezó a trabajar?

G: Empecé a trabajar en Panamerican y a hacer amigos venezolanos, españoles. Bueno, los amigos míos de salir y eso no trabajaban conmigo pero tengo mis amigos del trabajo también. En Panamerican teníamos un barón polaco –Martin Desó-, teníamos un conde español –Hugo de Silva-, teníamos un duque italiano –Frank Usmett- [risas], ¡Increíble! Era pura nobleza allí en Panamerican porque todo era justo después de que terminó la guerra, esta gente a América como fuera y como Panamerican requería idiomas, es gente que tiene que tener cierto nivel de idiomas pues sí, consiguieron entrar. Había allí una cantidad de gente que…

A: ¿Y su trabajo en Panamerican cuál era?

G: Empecé en el departamento de Reservas, por teléfono, ahora es nada, antes era todo por teléfono, había unas tarjetitas que tenías que ir llenando con el nombre y luego había una correa sin fin. Cuanto tenías la tarjetita la ponías e iban no sé, no me acuerdo lo que hacían con eso, la metían en la lista del vuelo, sería pero un desastre, una cosa muy, muy rústica. Pero luego al poco tiempo me pasaron para el Departamento de Carga, muy interesante, allí aprendí comercio internacional, por un tiempo fui encargado de la parte de exportación aérea que era poca, era más de muestras, reparación, repuestos y cosas urgentes, medicinas, yo qué sé, pero aquí no, empezamos a exportar orquídeas venezolanas –que es una belleza- ahora lo tiene todo el mundo pero en aquél entonces era una lástima que el gobierno permitió esto, ¿no? Porque las orquídeas salían con su tubito de ensayo metido dentro con una goma para que no saliera agua para mantenerlo e iba, pues qué sé yo, para Chicago, París o no sé dónde, a todo el mundo y en cuestiones de horas ya estaba en la floristería para entregarlo. Bueno pues estas eran cestas de mimbre, cestas y cestas salieron en los aviones. Y yo lo despachaba. Luego hacías contacto con la gente, con el productor, con el distribuidor, hacías contacto, así que me gustó mucho eso y estaba yo en carga cuando resolví yo que quería irme a Estados Unidos.

A: ¿Por qué decidió irse?

G: Yo quería estudiar. Todavía estaba con las ganas por lo que pasó en Cornell, Estados Unidos. No mentira, porque Cornell fue después, claro.

A: ¿Echaba de menos Estados Unidos?

G: Sencillamente que quería estudiar.

I: ¿Y en Venezuela no podía?

G: Sí, sí. Yo podía pero entonces se me complicaba, yo no podía. Entonces pensé que Estados Unidos sí puedo a lo mejor trabajar y estudiar. Hubo un tiempo en el bachillerato, ¿sabes lo que hacía yo en la cafetería? Lavaba las bandejas con los platos sucios y todo, yo limpiaba bandejas. Me defendía.

A: ¿Y qué les pareció a sus padres la idea de que se fuera a Estado Unidos?

G: Ellos como trabajé desde el primer momento pues no se opusieron; al contrario, me ayudaron en eso. Lo que luego me echaron a perder, bueno, mentira, me lo echó a perder la vida fue cuando se fueron a Argentina. Yo me reuní con ellos en Argentina, allá fueron a Mar del Plata que es un balneario muy bonito, 400 kilómetros al sur y compraron un hotelito viejo y se llamaba “El Hotel Pacífico”, por cierto, y cuando yo llegué estaban en eso, estaban tumbando toda la parte de adelante, casi la mitad del hotel, delante, la fachada que da para la calle. Y para habitaciones con baño, antes no tenían todas baño, el baño estaba en otro lado, un comedor nuevo y todo. Y era en la calle Bolívar y le pusieron “Hotel Caracas” [risas]. Entonces claro, el hijo del embajador se nos presenta un día allá, era el centro de los venezolanos del Mar del Plata, ¿no?, ¡Ah, he saltado a mi pobre hermana! Mi hermana Olga no apareció por ninguna parte. Pues cuando estamos allí en Caracas, recién llegado yo, al poco tiempo.

A: 47-48.

G: Sí, mi madre salió otra vez en estado y se acordaba de su hija por el asunto que había pasado –Jaqueline- y nació Olga. Nació en Caracas en el año 49, en marzo del 49, nació Olga. Que ella está ahora en Tierra del Fuego, es la que vive en Tierra del Fuego, su esposo es médico y mi sobrino, ¿no?

A: Entonces, ¿usted estuvo en Caracas poquito tiempo?

G: Yo estuve en Caracas…

A: Del 47 al…

G: ¡Qué va! ¡Qué va! ¡Qué va! Ya verá. 50 años he estado yo en Venezuela.

A: A vale.

A: Entonces hay un retorno. Se va de Caracas a Estados Unidos se va a estudiar, ¿en qué año?

G: En los últimos de los 50 –creo que fue. En enero del 51 hasta junio que fue cuando me gradué, del 51. Después a últimos del 51, y a principios del 52, era verano y es al revés en la Argentina, hacía un calor, llego a Mar del Plata, al poco tiempo murió Evita, era época de Perón y me pongo a trabajar en el hotel. Allá trabajas como un energúmeno la temporada, la temporada es noviembre-abril, es al revés. No dábamos abasto, llegó un momento en que se quedaba gente un día más de lo que tenía que irse y nos llegaba la gente nueva y ¿qué hacías? Pues en el comedor, colchones [risas]. Hasta que se fuera el otro para que… Yo empezaba a trabajar a medio día, más o menos, y hasta las tres o cuatro de la mañana que cerraba el casino, yo llevaba la administración del hotel y todo. Y madre con el asunto de las mucamas que llamaba ella, haciendo las habitaciones y todo, mi padre vigilando la cocina, la gambuza que es donde están los vinos porque ahí te arruinan, tienes un chef de estos que no sabe aprovechar bien la cosa y te trae la ruina, ¿no? El primer año perdimos.

A: ¿Cómo es que a sus padres les dio por hacer esto de abrir un hotel?

G: Bueno, porque habían tenido una pensión en Caracas [risas]. Volvamos para atrás con Olga. Olga nace y mi madre, otra vez mi madre que es la que nos separaba; mi padre el cerebro pero el motor era mi madre, ¿no? Sin duda. Pues mi madre dice: “Vale (Valeriano) vamos abrir un negocio, un restaurant, que mira fulano que tal” “Pura es que no tenemos dinero, no tengo para nada” Total que tenían un amigo –Barea- un amigo impresor como mi padre.

A: ¿Español?

G: Español. Y le prestó a mi padre. Mi padre tenía algo pero no suficiente, entonces compramos un hotelito, mentira, un restaurant en Caracas, en la esquina de Santa Bárbara. Allá en Caracas no había nombres de calle, eran nombre de esquina. Era de Abanico a Maturín, ¿entiendes? Es curioso, todavía existe mucho en la parte vieja de Caracas, es así, de Abanico a Maturín. Entonces era de Maturín a Santa Bárbara, el restaurant Luis, así le puso. Ahora, ¿sabes dónde dormíamos? Había una mesa, tenías que mover la mesa y allá había una trampa y allá abajo en el sótano, ratas así de este tamaño [risas] Allí dormíamos, con René y yo en una sola cama y la pobre cama estaba así ¿no? Y cuando se hacía pipí René pues podías nadar dentro [risas]. No había nacido Olga pero mi madre estaba en estado. Total que bueno, mi madre se rompía trabajando, mi padre también, yo no, seguía en Panamerican y me pagaban y me guardaba para el cine y qué sé yo y todo el resto para mi mamá, todo para mi madre. Y pues ahí estuvimos un tiempo ahí, estuvimos un tiempo ahí e hicimos un poco de plata, y una pensión. Tuvimos por fin tres pensiones. La primera pensión, entonces sí, mi padre y yo, en el patio hicimos unos barracones con su camita pues había italianos, un portugueses, españoles…

A: Inmigrantes.

G: Inmigrantes de los que venían a trabajar y claro, era muy barato. Pero les hicimos lugar donde podían ellos cocinar sus espaguetis y para lavarse y qué sé yo, y encantados de la vida y pagaban una tontería, por decir cuatro euros o cinco euros, qué sé yo, no hay la proporción. Pero bueno, con eso fuimos haciendo dinero y en eso cuando le dije yo ya a mi papá que me quería ir… no, sí, sí, sí, allí fue. Entonces nació mi hermana Olga, chiquitica, tenía fotos pero lo perdí como todo, lo perdí todo, Olga me llamaba “Tetenai” “Tete” de hermano y “Nai” de Germinal, y me sigue llamando “Tetenai” [risas]. Tiene cincuenta y tantos años y me llama “Tetenai”. Entonces total que me fui a Estados Unidos. Eso pasó y ellos se me habían ido para la Argentina.

A: ¿Entonces el restaurant y las tres pensiones a la vez?

G: No, no, no. Uno detrás del otro. Primero el restaurant, con Barea que le prestó la plata para poderlo hacer, eso. Después el traspaso porque no era propiedad, era traspaso, cuidado, por cierto que el segundo de ellos, en la Plaza de España, el dueño era un francés y nos engañó un poco porque ya había aviso de que a los no sé cuantos meses iban a tumbar todo eso y no nos dijo nada y tuvimos que irnos. No había suficiente plata para comprar la propiedad. Después ya me fui yo y ellos se fueron para la Argentina y llegó un momento en que trabajé en Argentina, traté de entrar en la Universidad de la Plata que por entonces se llamaba Eva Perón. Y como yo no había legalizado ninguna de las materias, de las notas, por ignorancia de un niño, de un muchacho, bueno, ya tenía 21 años pero bueno uno no sabe de esas cosas. Pues de repente: “No es que eso no sirve” Voy a la Universidad de la Plata y dicen muy bien matemáticas, química muy bien y además tiene usted que dar instrucción cívica argentina, literatura argentina y no sé qué argentina, cuatro o cinco materias, está bien, eso no lo veo mal pero es que tampoco me podían aceptar porque no estaba legalizado. Tenía que haber ido yo a un consulado, a una embajada Argentina en Estados Unidos, pero yo no sabía. Total que lo mando y nada, y pasan los meses, y pasan los meses, yo me preparé para las materias otras, iba tempranito por las mañanas a un profesor para el asunto de las materias argentinas.

A: ¿Al tiempo que trabajaba?

G: Al tiempo que trabajaba, claro. Bueno, en invierno no. En invierno venían los fines de semana los ruleteros a jugar a la ruleta y casi no necesitábamos gente, porque con nosotros y una muchacha que tenía mi madre para ayudarla con las camas y eso ya no necesitábamos personal. Personal entraba ya en temporada. Teníamos hasta mesoneros que eran cantantes, mesoneros cantantes.

A: ¿Qué tipo de gente iba al hotel allí en Mar del Plata?

G: De todo, gente de clase media, trabajadores de clase media, profesionales, había de todo, había de todo, gente bien, inclusive una señora sevillana, mayor, doña Carmen que tenía una escuela de ballet andaluz, de danza, de flamenco y había sido famosa en su época, era una señora, ya tendría sus sesenta años, no era tan joven ya, y resulta que tiene una de sus alumnas, Margarita Morales, que era muy adelanta, además que bailaba casi profesional la Margarita esta, baile andaluz y la jota, la baila la jota pero que muy bonita, ¿no? Total que se hizo muy amiga de mi mamá, eran clientes nuestros, venían al hotel, venía allí y no teníamos más remedio que vernos, qué sé yo, y se metieron, mi mamá y ella, doña Carmen que teníamos que hacernos novios con Margarita y yo tenía otra más o menos vista por ahí.

A: ¿Allí en Argentina?

G: Sí, sí, claro. Total que decían “sería bien” no sé qué, tal. Bueno, pues vamos al cine, la llevo al cine, oye, yo también me podía haber portado un poco mejor, bueno y ella me dice a mí directamente: “Tienes un perfil muy interesante” Claro porque no la miraba, ¿te das cuenta? [risas]. No me gustaba, pobrecita, pero bueno, me atraía porque también… total que bueno hasta fui a Buenos Aires, a casa de doña Carmen a encontrarnos con la Margarita esta. Pero bueno, pasa el tiempo, pasan no sé cuántos años y un día voy a Buenos Aires antes de ir a Mar del Plata porque el avión lo tomaba en Buenos Aires, Mar del Plata está a más de 400 kilómetros, entonces digo: “¿Cómo estará Margarita? ¿Cómo estará la señora Carmen? La señora Carmen debe haber muerto” Pero bueno paso delante y entro, y estaba la secretaria viejita todavía y doña Carmen no, doña Carmen falleció ya, ahora es dueño fulana de tal, no sé qué. Y pregunto: “¿y Margarita cómo está?” “Margarita está de vedette, está en un teatro, en calle Corrientes, no sé qué y ha cambiado mucho” me dijo. ¿Ha cambiado mucho? Pues mira qué bien. Me voy por la noche y voy asunto de mujeres, algo así como pornografía y me meto allí, casi todos hombres, había tres o cuatro mujeres, no más. Sólo hombres y en las primeras filas, yo me siento atrás de todo, yo medio avergonzado allí pero bueno allí estoy y una cosa tremenda de chiste y lo que estaba diciendo el público era peor todavía. Y me aparece Margarita con una faldita chiquitita así y una cestita con flores, ¡”Clavelitos! que no sé qué”, ¡”Clavelitos! que no sé qué”, cantando y digo: “A lo que llega la vida” Total que la esperé, apagaron las luces y todo, hasta que ella salió, ella no sabía que yo estaba allí. Cerraron, porque ellos tardan más porque imagino que se bañaron o lo que sea y... Entonces la acompañé caminando hasta donde ella vivía y me hablo, me dijo: “Mira Jerry ahora yo tengo un señor uruguayo que me mantiene porque yo necesito dinero y mañana temprano salgo para Córdoba porque tengo allá un contrato en un cabaret o no sé qué para cantar allí”. Bueno ya no era Margarita sino que ahora era Margó, como dice el tango: “Ya no sos mi Margarita, ahora te llamas Margó” Es exactamente igual, es increíble. A mí no me gustaba, tenía atracción por ella claro, pero es mi madre que se metió, que quería hacernos novios, y era una muchacha muy preparada, era lo que llaman escribano, casi como notario, o sea, graduada, era preparada pero eso sí, era muy canchera, se metía con todo el mundo y yo no, yo era más bien avocado. Y la gente diría: “Mira este idiota con esta chica que tiene esa chispa” Y no me gustaba porque no va con mi carácter. Ella era mucho más abierta y simpática con todo el mundo, y qué sé yo, y yo intrespectivo [sic]

A: Introspectivo.

G: Introspectivo.

A: O introvertido.

G: Introvertido. Esa es la palabra. Se me están yendo las palabras, ya no me acuerdo y no puedo ni hablar.

A: Germinal ¿quieres tomar una pausa?

G: Sí, sí. Cuando tú digas, tú mandas.

A: Yo, le pregunto a usted porque llevamos ya un buen rato.

I: Sí, vamos a parar.

A: Vamos a parar un ratito, ¿verdad?

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